Está bien que queramos ayudar a los demás. Está bien que siempre nos ofrezcamos para limar asperezas entre otros. Está bien que tengamos vocación de facilitadores, reconciliadores y árbitros. Pero una persona con sensibilidad y sentido común sabe cuándo su intervención es útil, cuándo salen sobrando y cuándo estorban.
En algunas ocasiones nuestra presencia es bienvenida, y al final ayuda a resolver conflictos. Pero a veces es mejor apartarse y dejar que los demás arreglen sus diferencias personales o profesionales.
Hay que tener cuidado con eso de querer siempre mediar entre otros. Podemos quedar enredados en el problema, y salir nosotros mismos de pelea.
Hasta ahora nos hemos limitado a referirnos a quienes de buena voluntad se meten en los problemas de otros, con la finalidad de resolverlos. Pero hay otros que sencillamente lo hacen por el morboso deseo de averiguar la vida de todo el mundo, para regocijarse en el bochinche.
Esos sí que son dañinos. En vez de mediar entre las partes, lo que hacen es rescabuchar la información sobre el problam para entonces repartirla a quien se les ponga enfrente. Asimismo, mezclan verdades con especulaciones y las dicen al oído de cada una de las partes, con el fin de generar una reacción que avive el conflicto.
Al final, no se resuelve nada, pero todo el mundo termina por conocer los pormenores de la vida privada de los enemistados.
Esta es la peor forma de bochinchosos y metiches. De esta gente hay que alejarse y huírles como a las plagas. Pero al mismo tiempo, es preciso mantenerlos siempre a la vista, porque siempre están alertas para ver en qué asunto ajeno se meten. En cuanto a los que queremos tenderle nuestra mano conciliadora a nuestro prójimo, tengamos más prudencia antes de actuar.