Este corto trocito literario religioso ha sido destinado a los incansables, festivos y abnegados sacerdotes del fascinante templo de la Virgen de Guadalupe. Con el corazón lleno de gratitud y de entusiasmo, me postré a los pies de la imagen de Ella para rendirles a sus sacerdotes el reconocimiento y el agradecimiento por la insigne gracia que hemos recibido por obra de Dios, por su valiosa homilía y eucaristía y por su valiosa protección y confesión.
Estábamos sumergidos de pronto en un letargo. Despertamos y luchamos con esa inesperada situación porque teníamos confianza en los activos divulgadores, críticos, y positivos defensores de la doctrina de Cristo, Señor nuestro. Los sacerdotes han sido y serán siempre los ángeles confortadores de nuestras almas, los abogados seguros, los protectores celestiales y nuestros deseos de nuevo esta vez, han sido cada vez felizmente satisfecho.
Gracias son dados por su medio, al Espíritu Santo, al Dios Padre Omnipotente que por su intercesión escuchó de ellos nuestra oración, escuchó nuestros lamentos, dándonos profusamente cuanto les hemos pedido. Pero a ti, magnánima Virgen, te tributamos fervorosos agradecimientos porque eficazmente abogan por nuestras faltas. A los humanos se les engaña, no así al auténtico creador de nuestras vidas. Los inconsolables misioneros de Dios obtendrán de este poderoso Señor la positiva recompensa de su incansable servicio a Dios para llegar un día al Paraíso.
¡Oh!, sacerdotes, cándidos y valioso lirio de virginidad, gema preciosa de pobreza, humildad, espejo de abstinencia, luz de soledad, fuerte columna de la Santa Iglesia, etc... ustedes no merecen el desprecio de quienes no conocen y aceptan el bien de los demás. No se preocupen por la fetidez que exhalan esos empedernidos malvenidos al mundo. Pie firme en el lodazal.