Discriminar es un acto irracional toda vez que es un prejuicio; es decir, algo que se lleva a cabo antes de elaborar un juicio o razonamiento. Por lo tanto, pertenece al ámbito de los pensamientos o acciones sin base, sin fundamento.
El racismo es quizás el más deplorable de los prejuicios porque ni siquiera tiene como soporte la colisión de culturas, de credos religiosos o políticos. Simplemente, rechaza por la apariencia exterior de un ser humano, la más evidente: el color de su piel.
El acto de discriminación cometido contra nuestro campeón mundial y olímpico, Irving Saladino es, desde todo punto de vista repudiable, ruin y odioso. El personaje que se dio cinco minutos de fama a costa del atleta colonense procede de un país amigo, al que le unen lazos de amistad y camaradería.
Lanzar de su departamento a Saladino porque es negro es un acto que raya en la barbarie, siendo Panamá un país multirracial, donde el pluralismo es la regla y no la excepción.
A pesar de la unánime condena por parte de la opinión pública, no hemos visto una reacción firme y contundente de las autoridades, tan solo el amago de comparecer ante un corregidor. Es tiempo de que los ciudadanos de este país seamos respetados por aquellos que han venido de otras latitudes en busca de bienestar.
Es importante que en este momento se logre de una vez por todas demostrar que, si bien Panamá permite que otros ciudadanos se asienten en su territorio, sus autoridades no permitirán ni abusos ni prejuicios contra nadie, mucho menos en detrimento de quienes sirven de modelo para nuestros jóvenes, como es el caso del campeón de salto largo.
Estamos seguros de la calidad humana de los hermanos chilenos. Ellos no pertenecen a esa especie en extinción de los racistas. Sus lazos de amistad con Panamá son indisolubles y no es un sujeto aislado y amargado el que ha de echar por tierra estos sentimientos fraternales.
