Es un hecho harto conocido dentro de nuestra empresa privada, sufrido por los clientes, y reconocido tanto por empresarios como por empleados (los buenos, por lo menos): la atención personal que se brinda en en este país da mucho que desear.
A lo largo y ancho de los locales comerciales, restaurantes y hospitales en Panamá, podemos encontrar un ejército de trabajadores que -estando en puestos en los que tienen que tratar directamente a la gente- contestan de forma grosera, no manejan la información necesaria, y hacen todo lo posible por deshacerse de las personas que precisamente debe atender.
Es cierto que se necesita algo de capacitación para atender al cliente en negocios donde se brindan servicios específico. Pero, ¿acaso también se necesitan cursos pagados para aprender buenos modales, para sonreir y para usar un mínimo de sentido común y consideración al responder a las inquietudes y necesidades de clientes y/o pacientes?
De nada sirve que tengamos 15 años de experiencia como meseros, oficinistas, abogados, médicos o recepcionistas si en todo ese tiempo no hemos aprendido a tratar con amabilidad a los clientes. Esto significa 15 años de estar haciendo las cosas mal.
Vivimos en un país de servicios. La mayoría de los panameños vivimos de brindar un servicio a otros panameños o a extranjeros, y con tanta competencia, no es extraño que la minoría que muestra un mínimo de buen trato para con sus clientes, tenga más éxito que aquel que trata como cualquier basura a quienes le pagan el pan que se mete a la boca.
Seamos más considerados y amables con nuestros clientes. A ellos nos debemos. A ellos tenemos que agradecerles que podamos llevar comida a nuestras casas.
Recuerden que lo cortés no quita lo valiente.