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HOJA SUELTA
Gracias, Héctor

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Eduardo Soto Pimentel
Eduardo Soto P.

Si a Gallego no lo mataban los militares, lo haría cualquier otro que estuviera en el poder. Porque entonces, los años setenta, matar a gente como él estaba de moda.

He escuchado con pena una y otra vez su voz (y su risa) en un programa que grabó en Radio Hogar 5 días antes que lo desaparecieran. Se le adelantó a los gringos del Banco Mundial, y habló de reconversión, de extensión agropecuaria, de transición económica, y de descentralización; pero también de organización, de liberación, de lucha cívico-campesina y cristiana, de igualdad, de compromiso y, sobre todo, de unión para enfrentar a los "patrones". ¡Y miren si hablaba en serio que la cooperativa que él ayudó a organizar llegó a mover en 1993 casi dos millones de dólares! Traté de conseguir el estado financiero actualizado, porque con la globalización cacareada en los últimos años esa gente tal vez bajó sus ingresos, pero el aguacero de los últimos días dañó la central telefónica en Santa Fe (el número de la cooperativa es 954-2914). Sin duda alguna, y al menos económicamente, Héctor liberó a esa gente.

Y todo ese dinero que pasó por los libros de la cooperativa, a la que le pusieron el sugestivo nombre de "Esperanza de los Campesinos", es plata que se escapó de los bolsillos de los "caciques" que dominaban la tierra y los frutos de Santa Fe antes que llegara Gallego.

POR ESO LO MATARON

En el programa de Radio Hogar, Héctor Gallego anuncia que las acciones violentas contra el movimiento, y contra él, iban a recrudecer, pero quedó claro que no presentía su muerte.

Que fueran militares los autores del homicidio es coyuntural. A ningún poderoso (uniformado o civil) le convenía tener vivo a un tipo como Héctor organizando campesinos en las montañas en esos años, cuando toda lucha por justicia social olía a comunismo, y todo comunista (los de verdad, esos que logran cosas como la "Esperanza de los Campesinos", y no los que se plegaron al régimen) era candidato a difunto.

Antes de la llegada de Héctor, los terratenientes lo controlaban todo. Ellos eran dueños de la tierra y convirtieron a los campesinos en peones. Les pagaban una guayaba, que luego les quitaban en la cantina o en la tienda, donde manipulaban los precios. Los pobres vivían endeudados y borrachos.

Hasta que llegó "el loco", y esto lo digo con todo cariño y respeto. Los obligó a rezar y a trabajar por la comunidad. Trabajaban en el cambio social, y luego analizaban los proyectos en la misa. Eso fue un verdadero incendio espiritual. La montaña se prendió. Los campesinos se organizaron, sin dejar de rezar el rosario, y se dieron cuenta que si ponían su propia tienda comerían mejor, podían vender lo que no consumían y comprarían tierras. El primer día se ganaron 3 dólares, y la noche cuando se llevaron a Héctor para molerlo a palos, tenían en caja 55 mil balboas y en la gaveta un proyecto de viviendas populares.

HOY SON MILLONARIOS.

Gracias, Jesús Héctor, por liberar a nuestros pobres en Panamá. Y perdónanos por todos esos brazos que se quedaron cruzados cuando te mataron.

¡Qué vaina!

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