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Domingo 3 de octubre de 1999


EDITORIAL
La masacre de Albrook

El caso de la exhumación del sacerdote colombiano Jesús Héctor Gallego y las pruebas que se hacen para verificar si la osamenta encontrada en un cuartel de Tocumen es la verdadera, motiva a la ciudadanía a reflexionar sobre la masacre de Albrook, en la que un número plural de militares fue ejecutado sin piedad por el verdugo que entonces fungía como Comandante Jefe de las fuerzas de Defensa de Panamá. Fue una matanza sin precedentes, los carniceros se ensañaron con sus víctimas. Los disidentes, encabezados por Moisés Giroldi Vera, fueron ajusticiados por una cúpula asesina después de una fracasada asonada golpista.

Para los seguidores de Manuel Antonio Noriega, que tratan de despertar nostalgia por una época que no lo merece, este recuerdo debe remorderles la conciencia de que a sus propios compañeros de armas los ejecutaron sin mediar un juicio siquiera, ya que no tuvieron la oportunidad de apelar a la justicia militar. Estos crímenes cometidos por la dictadura castrense, desde Torrijos hasta Noriega, tarde o temprano serán cobrados, así sea por la Justicia Divina, porque el juicio de los hombres prefiere guardar impunidad. Así como parece que se está despejando la incógnita del asesinato del padre Héctor Gallego, esa justicia alcanzará a los autores materiales e intelectuales de las felonías que se perpetraron durante el "proceso revolucionario", el que sirvió para encubrir tantos vejámenes, torturas, desapariciones, exilios y asesinatos.

Las viudas de las víctimas de la matanza de Albrook no olvidan que algunos de los verdugos fueron indultados y ese será un motivo de rencor permanente contra los ajusticiadores. La masacre de Albrook es baldón para la historia militar panameña y sus protagonistas están condenados al desprecio de la historia.

Todos los civiles que aplaudieron la masacre del 3 de octubre están estigmatizados por su actitud genuflexa a sabiendas que solo los aduladores y serviles y la corte feninoide que acompañaba al tirano es una llaga purulenta execrable que provoca lástima, porque el odio sería un homenaje.

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