Las estadísticas sobre muertes por accidentes de tránsito son literalmente escandalosas. Lo peor no es la muerte en sí, sino en luto consecuente, la ausencia en la familia, los dolores irreparables.
A veces la persona no muere, sino algo que para muchos es peor: queda lisiada, convertida en un estorbo y una carga para la familia. Claro que los padres de familia nunca verán en un hijo una carga, y siempre darán lo mejor de sí para que, en medio de la adversidad, siempre el enfermo reciba lo mejor.
Nada de esto lo toma en cuenta quien agarra su carro y se lanza a la calle como un alma que lleva el diablo. Las consecuencias pueden ser desastrosas si no se piensa dos veces en correr.
La familia merece la consideración de toda esta gente que convierte su vehículo en un arma mortal, y sale a la calle a matar gente, y a quitarse la vida. Lo peor de todo es que las autoridades se mantienen con fórmulas obsoletas de control del tráfico, a pesar que el mundo alrededor va cambiando, el parque automotor crece geométricamente y todo se hace más complejo.
En estas circunstancias, con conductores irresponsables por todas partes y autoridades desfasadas, la muerte se hace dueña y señora de las calles. |