Si el trabajo de un policía no es fácil, cómo es posible que los mismos uniformados lo hagan más difícil.
Corretear un maleante o a un sospechoso de algún crimen debe ser agotador. La adrenalina sube aceleradamente por las venas policiales. Imaginemos entonces, qué sentirá un policía cuando deba perseguir a sus propios compañeros.
Ésta debe ser una gran decepción.
El sentimiento es compartido por la población. La credibilidad policial está en juego. Dudar de quienes deben protegernos no es beneficioso para la tranquilidad ciudadana.
¿Buenos o malos? Ya no sabemos. Confunde ver y escuchar que sujetos vestidos de policías cometieron un secuestro, asalto u otro delito.
El asunto empeora cuando una persona es detenida y se confirma luego... ¡que es inocente! El enojo es mayor si han abusado al momento de la detención.
Cierto es que la Policía ha perdido imagen. No sólo se ve en sus disputas internas. También en su comportamiento. Su actitud la atribuyen a la agresividad con que los delincuentes causan daño a sus víctimas. A la desconfianza que originan jóvenes y adultos. A la necesidad de mejores armas, vehículos, sueldos y protección para ellos y sus familias. Porque igual son panameños.
El punto es que la seguridad que inspiraba mirar cerca un policía, quedó en el ayer.
Quizás la respuesta no sea convertirlos en una fuerza represiva hacia nosotros. La exigencia pública es otra. Urge contar con policías comprometidos con su deber. Y no es que sus vidas sean menos importantes. Sufren como todos. Pero eligieron cuidarnos como profesión.
El reconocimiento para quienes se han portado como héroes.
Salvando vidas. Siendo honestos en su actuar y marcando diferencias. Porque hoy, la incredulidad hacia su tarea es mucha.
El pueblo panameño quiere respeto y dignidad.