¿A quién le importa en Panamá, quién es el diseñador del Príncipe Azul? O dicho de otra manera, ¿Es Andrés García más importante que nuestros artistas de teatro y televisión? ¿Podrá usted creer que los artistas que laboran en el nuevo circo que nos visita, ganen sesenta balboas a la semana? Planillas millonarias se costean con participación de artistas foráneos en eventos durante todo el año y nuestras autoridades: "cero hit, cero carrera".
Con la llegada de la década de los sesenta, las autoridades gubernamentales abrieron los ojos a una querella que ya se había desgastado y a punto de morir. Se creó la Ley 10 de enero de 1970 la que protegía los intereses de los artistas panameños por el desplazamiento de artistas extranjeros en los escenarios y la televisión. Esta situación ya se había salvado en el área centroamericana y parte del cono Sur, fabulosos emporios de la actividad artística. Panamá y sus actores celebraron el advenimiento e implementación de esta ley que descartaba la sentencia "más se protege a la iguana que a los artistas". Los primeros años fueron de franca convivencia entre interesados, pero como todo lo bueno, con el tiempo tiende a deteriorarse, así ocurrió con esta panacea, oxidándose en grado sumo cuando empresarios inescrupulosos descubrieron que en Panamá se podía traficar con doble contrato o tráfico de influencias. Los publicistas también hicieron su agosto cuando se "apegaron" a la ley que decía literalmente "el mensaje o comercial puede tener el 50 por ciento de realización local y así exonerar al mismo (no pagar desplazamiento) ¿Qué hacía el productor local? Filmaba el "product shoot en close up y sumaba su pietaje (50 por ciento y sencillamente, no pagaba).
Algo inaudito, increíble y ejemplar acaba de ocurrir en la República mexicana, de los gremios artísticos, ANDA, INDI y AMU solicitaron con mucha fuerza al mandatario Fox, consideración y respeto para todos los artistas mexicanos. Aducen los treinta mil agremiados que las leyes de alternabilidad, la protección en sus lugares de trabajo, impuestos y gravámenes están mermando la actividad en todos los sitios de espectáculos, por desidia gubernamental. Imagínense ustedes, México, donde siempre hemos considerado que el artista es ampliamente respetado, admirado, promocionado y distinguido por propios y extraños, se hace una solicitud formal con la advertencia de paralizar el mundo del espectáculo si no se cubren sus demandas. Se imaginan ustedes un país con 90 millones de habitantes comparado con nuestros tres millones.
Existe en nuestro país una Junta de Evaluación que calibra la categoría, salario y demandas del artista extranjero. La misma está formada por un delegado de actores, otro de músicos, un empresario, otro del Ministerio de Gobierno y otro de Finanzas, casi nunca son los mismos debido a la desidia de sus integrantes, naturalmente a sus delegados no les importa porque no son obligados. Un Club Social de gran categoría contrata cientos de artistas para realizar una gran actividad anual donde se recaudan millones de balboas, existiendo de por medio un acuerdo entre los sindicatos y esta Asociación, cotizando determinada cantidad fija. No fue respetado el acuerdo pagándose miles y miles de dólares a los administrativos, productores, empleados, hoteles y promociones. El artista sigue a la deriva. Hay vinos y vinos, pero el nuestro es nuestro vino.