Disfrutaba el paisaje de las montañas de Santa Fe en Veraguas. Bajo sus verdes faldas, mis ojos veían con agrado el claro manantial, de rápido correr entre las piedras que surgen como gigantes de su lecho.
Imaginariamente me sumergí en las aguas del generoso río, que siendo fiel al nombre de la provincia, muestra la riqueza de sus caudales en ambas costas.
Sedienta al ver el codiciado líquido, saboreé el frescor de su néctar que en pequeñas gotas dispersas en el aire llegaban hasta mi nariz... Semanas después, quién me iba a decir que esta visión se iba a tornar añoranza por el agua.
En David, ciudad de ríos, esta sustancia faltó por días hasta el grado de causar la desesperación en cientos de miles de pobladores. Allí se sufre ya los fines de semana la baja presión de agua.
La toma de agua de la comunidad quedó inhabilitada por la crecida del río que la abastece. Los davideños se quedaron sedientos y casi sin bañar.
El clamor fue general. Se exigió al Gobierno solucionar el problema, modernizando la planta luego de 20 años y evitar nuevo desabastecimiento.
Esos días hicimos largas filas en busca del agua. Parecía otro país. En las plumas bajas de algunas casas aún salía el preciado líquido. La solidaridad se hizo presente.
Uno que otro negó ayuda a los vecinos. Algún malpensado dijo que había gente vendiendo agua. Discutieron por la misma. Muchos abrieron los pozos artesanales.
El agua valía más que el oro. En los comercios se vendían como "pan caliente".
Sufríamos el tormento de la sed, teníamos agua en los ríos, no podíamos tomarla porque no era potable.
Al ver cómo la vida de una comunidad se paralizó, pensé. "El agua que botas hoy, te hará falta mañana"... ¡Y volvió a suceder!