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Relajación y meditación van estrechamente unidas, llevar a cabo su práctica puede reportarnos múltiples beneficios para nuestra salud, mental y física.  |
El ser humano siempre ha estado sometido a algún tipo de tensión, pero más si cabe en los tiempos que nos ha tocado vivir. Existen personas a las que le resulta relativamente fácil vivir en dicho estado, pero a muchas otras esas pequeñas tensiones diarias se les acumulan, y se sienten angustiadas, ansiosas o pesimistas.
Si bien no podemos evitar sufrir las tensiones ocasionadas por nuestro frenético ritmo de vida (trabajo, estudios, pareja, hijos, hogar, economía... ¡y siempre con prisas!...), podemos al menos recurrir a alguna estrategia que nos sirva como vía de escape para poder mantener un buen equilibrio mental.
La práctica de la meditación, tiene como principal consecuencia que en nuestro cerebro se produce un cambio en la pauta de las ondas eléctricas, lo que nos permitirá alcanzar un estado de calma y alerta, estado que nos permitirá a su vez reducir nuestro nivel de tensión y estrés, y todos los problemas derivados del mismo, pues está comprobado que aquellas personas que sufren de estrés, están mas predispuestas a sufrir insomnio, jaquecas, problemas digestivos e incluso cáncer.
La meditación practicada de forma regular (diariamente), nos ofrece un mayor equilibrio mental, reduciendo considerablemente nuestra irritabilidad. También llega a ser un gran aliado cuando nos proponemos dejar alguna adicción, como el alcohol, el tabaco o incluso la droga.
Existen múltiples formas de meditación, aunque en realidad todas comparten la misma filosofía, que no es otra que la de intentar fijar en nuestra mente un único objeto, ya sea una palabra, imagen, sonido, etc.
Para realizar una meditación eficaz, primero será necesario que hayamos aprendido a relajarnos, por ello iniciaremos siempre la sesión con una serie de ejercicios de respiración y relajación muscular, que nos conducirán de forma apacible hacia la meditación. Debemos disponer de unos 20 minutos (sin interrupciones), y de una habitación cálida y tranquila, sin ruidos, con una luz tenue y agradable. Después de haber elegido una posición cómoda para meditar, siempre con la columna vertebral recta, cerramos los ojos, y fijamos nuestra mente en un mantra, que puede ser una imagen (como una cruz o el fuego de una vela), una idea (como el amor o la paz), un color o un sonido. En la tradición oriental suele escogerse una palabra sagrada como om o ram, aunque en realidad puede servir cualquier palabra repetitiva pues lo esencial es centrarse en el sonido o imagen seleccionado para evitar que ningún otro pensamiento invada nuestra mente durante 10 ó 15 minutos.
Si somos novatas en el tema, realizaremos sesiones de diez minutos que posteriormente iremos aumentando. Nos sentaremos en el suelo, sobre un cojín, con las piernas cruzadas y la espalda recta, o si lo preferimos en una silla (siempre con la espalda recta y las rodillas separadas). Durante los cinco primeros minutos, nos centraremos básicamente en nuestra respiración, que ha de ser por la nariz, de forma lenta y pausada, realizando una breve pausa después de cada exhalación, intentando que ésta sea lo más profunda posible, pero sin forzar. Mientras tanto, nuestra mente ha de permanecer en blanco, vacía.
La práctica diaria y la experimentación propia, nos llevarán a una mejora progresiva en el área de la meditación, que nos reportará claros beneficios para nuestra salud mental, que consecuentemente se reflejarán en nuestra salud física. |