Antes, cuando la organización política no había madurado lo suficiente, existía un rey, o un emperador, o un simple tirano, quien se abrogaba para sí todo el poder soberano, y disponía de la vida, honra y bienes de los demás a su antojo. El todopoderoso era juez y legislador, al tiempo que ejecutaba todas las acciones que su poder le confería.
Después de ahí los comerciantes se revelaron -con los recursos que sus riquezas le daban- y le quitaron algo de poder político al rey y los "nobles". Surgió lo que se conoció como "la revolución liberal". No todos salieron ganando: aún había esclavos y gente "de abajo" que siguió en desventaja; la mujer no podía votar ni tenía derechos políticos; y los niños eran explotados en las fábricas.
Como debía ser, hubo una revolución política que acabó -al menos en algunas partes del mundo- con la explotación y la discriminación, y permitió que el poder volviera a las manos del pueblo, que quedó obligado a escoger un grupo de entre ellos mismos, para que se encargara de la administración y conducción del Estado. Ese "grupo" es -en teoría- elegido por sus méritos y su gran sentido de honestidad.
Cuando "el grupo" no responde al interés de las mayorías, se le quita el poder político que se le ha conferido temporalmente, y se le entrega a otro. Principalmente porque no sabe administrar el Estado. Y también porque no sabe el significado de la palabra honestidad. |