Está bien que el hambre ataque feamente, pero nadie tiene derecho a meterle la mano en la comida del otro, sólo porque se le antojó un pedacito de pollo, patacón, pizza, galleta o de lo que sea.
Los estudiosos del comportamiento humano reconocen que cuando alguien señala a una persona por hacer lo que hemos descrito es que se está al frente de un "piedrero" o enfermo metal. Estos ciudadanos no tienen permiso para hacerlo, pero su salud mental les impide diferenciar la magnitud de sus actos.
El comportamiento irregular del "velón" nace casi desde que tienen un año. No puede ver a sus padres comer algo porque de una vez lloriquean para que también les de un pedazo de pan o dulce. Ellos también quieren masticar porque saben que papá y mamá lo están haciendo y, de seguro, debe estar rico.
Los chiquillos hambrientos crecen como todos los demás. Acuden a los centros de enseñanza infantil y allá se les antoja el jugo del compañerito. Es una cosa de nunca acabar. No están conformes con la lonchera que le preparan en casa y quieren seguir de golosos.
Los años pasan y nadie les advierte que es de mala educación pedir por ahí o meter la mano donde no se debe. Estas personas se hacen hombres trabajadores y durante las horas de comida salen y aplican lo que aprendieron, pero esta vez son más naturales, claro está, nadie les dijo nunca en su vida que no es correcto y, como lo han hecho toda su vida, piensan que es algo tan natural como estornudar o bostezar.
La naturaleza del ser humano es engañosa. Algunos se comportan de cierta forma y no es porque seamos así, sino porque no hubo disciplina de parte de los padres. Tal vez un par de nalgadas hubiera remediado la situación, pero -como quiera que sea, si eres así, deja esa actitud y pide la comida a tu compañero. No vayas a meter tu mano de nuevo.