El tenso ambiente podía sentirse en todo Panamá desde inicios del día. Del otro lado del mundo, Irving Saladino se preparaba para iniciar su carrera hacia la gloria. Una rápida aceleración, un minucioso cálculo y un impulso de vértigo hicieron que el Canguro Panameño sepultara bajo diez centímetros de arena las aspiraciones de su más cercano rival en la competencia de salto largo de las Olimpíadas de Beijing 2008.
Un saltador sudafricano pretendió devastar nuestras esperanzas, pero el colonense invocó el espíritu patrio para que los númenes personales le impulsaran a 8 metros con 34 centímetros de distancia. En ese momento se hizo la historia y bajo el cielo oriental comenzó a ondear el tricolor de la enseña nacional.
Irving Saladino es originario de la provincia de Colón, cuna de fenomenales deportistas como Ismael Laguna, Ernesto Marcel, Pedro Rivas, Lloyd La Beach, Jorge Luján y otros tantos. También han visto la luz en Colón escritores, poetas, actores y políticos. Sin embargo, a pesar de esta pléyade de astros, la zona atlántica se ve sumergida en las tinieblas del terror de la violencia y del crimen.
A diario los medios de comunicación nos hacen conocer escabrosos hechos de sangre que llenan de aflicción a la población y nos preguntamos, si los nombres arriba mencionados son modelo y ejemplo, ¿por qué entonces la juventud actual se empeña en defraudarnos con sus acciones al margen de la ley y su incontenible inclinación por la violencia?
Saladino cumplió en enero 25 años y pertenece a esta generación que se levanta tras la humareda de la pólvora y el escarlata de la sangre que mancha las calles de Colón y del país entero; no obstante, él se ha empinado sobre esa barahúnda y se ha fijado una meta y hacia a ella se ha dirigido con trabajo, dedicación, esfuerzo, voluntad y talento.
Hoy celebramos con sumo orgullo el triunfo de Saladino, que es de todo Panamá, ávido de experiencias positivas que hagan reverdecer las esperanzas en una generación de relevo que roce el cielo con sus logros. Hoy alabamos la grandiosidad de este estupendo atleta, digno ejemplo de ciudadano; empero, parece importar más lo festivo de la ocasión que la idea de crear oportunidades para aquellos capaces de alcanzar victorias.
Al ver Saladino elevarse sobre el tartán de la pista del estadio olímpico de Beijing, sentimos que todavía se puede hacer algo, que no todo está perdido y que es posible derrumbar las murallas de la mediocridad y eliminar la herrumbre de la apatía para extirpar la maleza que oculta la luz de un sol esplendoroso.
Saladino es apenas la punta del iceberg. Estamos seguros que en esa masa juvenil que espera una oportunidad podríamos encontrar magníficos artistas, gloriosos deportistas, destacados científicos, honestos políticos y estadistas capaces de enderezar el sendero por donde, desafortunadamente, ahora transitamos. ¡Felicitaciones Irving Saladino! !A tu esfuerzo, la gloria eterna!