EDITORIAL
Fiebre en las sábanas
Una vez más políticos desesperados traen al tapete el viejo argumento del aumento de penas a los menores de edad. Los muchachos han abandonado las canchas de juego para convertirse en verdaderas amenazas a la paz social, tornándose en sicarios y narcotraficantes muy peligrosos. Esto ha motivado que se proponga la loca idea de encerrar por 20 años a estos delincuentes juveniles que siegan la vida a personas inocentes.
El político, con su calculada intención electorera, busca resultados inmediatos, vertiginosos, que le propicien puntos suficientes para él sobrevivir. No importa si a la larga sus soluciones se conviertan en un problema más, y hasta más engorroso. No importa cuánto daño haga en el ascenso, con tal que el saldo le sea favorable.
Otro ángulo del análisis bien puede ser que estos marrulleros carecen de las herramientas para detectar los síndromes que revelan qué tipo de falla aqueja al sistema, y por ende se quedan sin respuestas satisfactorias al momento de proponer soluciones.
Al no saber de qué se trata el asunto, mal pueden diferenciar lo que es un síntoma de lo que es el mal en sí, y se salen con ese tipo de propuestas obtusas y hasta venenosas.
También hay que tomar en cuenta la posibilidad de que estén inermes ante el tamaño ciclópeo del fenómeno de la delincuencia, y la decadencia social en general. Por ser políticos acostumbrados a la circunstancialidad, y para nada interesados en ver la realidad estructural, se quedan sin aparejos para enfrentar la verdad total.
Por ende, no les resulta nada fácil plantarse frente a la raíz del dilema de los sicarios juveniles. No saben responder con proposiciones sanas ante las familias rotas, la ausencia de autoridad moral en el entorno humano del chiquillo, la sociedad misma que le acostumbra al individualismo y le vende la idea del dinero fácil y el materialismo, con ejemplos por doquier -incluso en su escuela- de corrupción y mentira.
Encarar esta situación, donde hasta los curas y pastores evangélicos están resultando referentes cariados para los jóvenes, no es tarea sencilla. Resulta una empresa titánica, enloquecedora, de muy largo plazo, que requiere esfuerzos de varias generaciones y temple de granito.
Por supuesto que, entonces, es más corto el camino de encarcelar al muchacho. Enjaularlo para que no se pasee por las calles matando gente, y pregonando con ello el fracaso de la sociedad panameña, esa sociedad de consumo que nos está derruyendo los cimientos mismos de la nacionalidad.
Es más barata, políticamente más eficiente, y estratégicamente más rápida, la solución de aumentar las penas a los menores infractores, metiéndolos en las escuelas del crimen que son los centros correccionales. Para los políticos, es más redituable buscar la fiebre en las sábanas, que ponerse a trabajar en las soluciones de verdad.
PUNTO CRITICO |
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