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Una lágrima por Colombia

Carlos Acevedo | Periodista

El primer colombiano que conocí cuando todavía yo era un niño, fue un negro alto, de rostro curtido por el sol en sus andanzas por los caseríos y caminos pedregosos de la provincia de Los Santos. Calzaba botas con espuelas, cabalgaba sobre una mula y llevaba siempre puesto un sombrero estilo paisa, que lo diferenciaba del resto de los campesinos de aquella región acostumbrados a llevar el típico sombrero pintao, el de junco o el de cogollo. Lo conocíamos sólo por el apodo de Peñaranda, lo que deduzco ahora, después de tantos años, pudo ser su apellido. Se dedicaba este pintoresco personaje a la compra y venta de prendas de oro, buhonería que realizaba visitando casa por casa a sus posibles clientes. Transcurridos los años, "Peña" desapareció y nunca volvimos a verlo.

Calculo que la presencia de este ciudadano de origen suramericano en Azuero se registró casi al término de la década de 1950. Pero, muy pronto, a partir de 1970, con el recrudecimiento del conflicto bélico que azota a ese país desde hace más de medio siglo, el desplazamiento de colombianos hacia el territorio panameño se multiplicó.

Hace unos días, miles de ciudadanos en esa hermana Nación, cuna de grandes poetas y escritores como José Eusebio Rivera autor de la novela La Vorágine y el premio nobel Gabriel García Márquez, con sus Cien Años de Soledad, se lanzó a las calles para evidenciar el dolor por la tragedia donde murieron once diputados de la provincia del Valle del Cauca, en un incidente confuso que hunde una vez más el dedo sobre la llaga sangrante que lleva Colombia en su cuerpo adolorido.

¿Responsables? Una confrontación fratricida, con ramificaciones internacionales tan complejas e inhumanas como las de casi todas las guerras, hundirá en el pozo oscuro e insondable del olvido y la postergación la respuesta a esta interrogante.

En Panamá, a pesar de compartir fronteras con Colombia, el bochornoso incidente sólo ha sido material de lectura pasajero en las páginas interiores de algunos periódicos.

Para un pueblo largamente sufrido, el objetivo inmediato ya no es la búsqueda de responsables, si no, la construcción de la Paz.



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