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HOJA SUELTA
Sexo

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Eduardo Soto Pimentel
Eduardo Soto P.
Crítica en Línea

Para hacer el amor, ¡qué tarde aprendí eso!, no se necesitan los genitales.

Tal vez haga falta el regazo de una mujer buena, de ojos grandes y manos pequeñas como orquídeas; de boca ancha y sonrisa campesina; de piel parda como la cordillera central en verano; quizá falten sus senos llenos para recostar la mejilla en ellos, y exorcizar los demonios que tejen la vida diaria, para refugiarse del mundanal, mientras ella besa tu oído y te dice quedito: "Te amo, papi".

Pero no hace falta vagina alguna, ni "el pilón", como decía la tía Eroida en el viejo caserón de San Felipe.

El sexo se goza (inténtelo, por favor) mirando los hombros desnudos de una chiquilla morisca (con lentes, mejor aún), que brilla sola por su piel de cobre y la rebelde cabellera negra; quien te mira y te dice "no soy una niña, no te engañes... y no tengo conciencia", mientras avanza por un estrecho pasillo, ostentando la baja estatura que le contrasta con su titánico pecho de ave.

O se goza (el sexo) cuando ella escucha la voz de ese hombre que la tiene loca de atar, porque es el único que la ha escuchado, y la mira con ojos de cariño, y le da seguridad, y la aprecia a pesar de sus defectos, y deja todo cuando ella le llama por teléfono, y la ayuda a cargar las valijas tristes de la existencia, y le ha enseñado a vivir con dignidad, porque le ha dicho una y otra vez, hasta el cansancio: ¡eres más que un trasero!

El sexo se vive en el cine, cuando ambos comparten el abrigo, "cachete con cachete" y las manos muy juntas, sin apartar ni un momento la vista de la pantalla. Se vive en la mañana, cuando suena el reloj despertador, y están uno al lado del otro, a veces sin tocarse, pero conscientes que él está ahí y ella allá, y saberlo te da una sensación de paz inextinguible.

Y lo mejor: el sexo es pleno y total después del orgasmo, cuando ya pasó la tormenta, los gemidos, el sudor caliente, la saliva, las mordeduras, las poses creativas (hambre de placer loco, no más), la succión de carnes, la angustia y las cosquillas: cuando sólo quedan ella y él, con sus miserias y virtudes.

Entonces estorban los genitales, porque lo que quieres está dentro de esos ojos, en el fondo de esa mirada que te gusta tanto, y solo quieres abrazarle, cerrar los ojos... y amarle una vez y para siempre.

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