El Señor nos propone en el Evangelio de la Misa la parábola del trigo y de la cizaña. El mundo es el campo donde el Señor siembra continuamente la semilla de su gracia.
Para Él, cada hombre es único, nos preparó como tierra buena y nos dejó su doctrina salvadora. Pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo, y se fue. Los Santos Padres han visto en la cizaña una imagen de la mala doctrina del error, que se puede confundir con la verdad misma, porque es propio del demonio mezclar el error con la verdad.
La parábola no ha perdido nada de actualidad: muchos cristianos se han dormido y han permitido que el enemigo sembrara la mala semilla en la más completa impunidad. Han surgido errores sobre casi todas las verdades de la fe y de la moral.
El enemigo de Dios y de las almas ha utilizado todos los medios humanos posibles. Así vemos cómo se desfiguran unas noticias, cómo se silencian otras, cómo se propagan ideas demoledoras sobre el matrimonio, o tratan de ridiculizar el valor de la castidad y del celibato, se propugna el aborto o la eutanasia, o se siembra la desconfianza ante los sacramentos y se da una idea pagana de la vida, como si Cristo no hubiera venido a redimirnos y a recordarnos que nos espera el Cielo. El enemigo no descansa. Es necesario velar día y noche y no dejarse sorprender; vigilar para poder ser fieles a todas las exigencias de la vocación cristiana, para no dar cabida al error, que pronto lleva a la esterilidad y al alejamiento de Dios. Vigilancia sobre nuestro corazón y sobre aquellas personas que Dios nos ha encomendado.
A cada Cristiano, esté donde esté, le atañe la misión de sacar a los hombres de su ignorancia y de sus errores, en la propia familia, entre los amigos, entre los compañeros de trabajo o de estudios, en el ámbito en el que nos movemos: mostrando con valentía la belleza de la verdad; desenmascarando el error; facilitando a otros los medios de formación oportunos.
La abundancia de cizaña sólo puede contrarrestarse con mayor abundancia aún de buena doctrina: vencer al mal con el bien.