El verano pasado tuve la oportunidad de viajar a ese pintoresco pueblo de la provincia del Darién, Yaviza, donde se conjugan características muy especiales de tipo económicas, sociales y geográficas que hacen de este lugar un punto atractivo y acogedor situado en la intersección de dos caudalosos ríos desde la época de la conquista española.
Una vez allá, quedé deslumbrado ante el paisaje selvático, la vida apacible y el trato amable de los pobladores, quienes se dedican en su mayoría a la agricultura, la pesca y el comercio intermediario, aprovechando la cosecha de plátanos, ñame y verduras que producen los indígenas y no indígenas que bajan de las más apartadas comunidades transportando su producción en piraguas.
Sin embargo, este caserío perdido en la montaña, también es objeto de férrea vigilancia policial panameña por tierra y aire, en prevención al desplazamiento de colombianos que cruzan la frontera huyendo de la guerra.
Yaviza se inundó el invierno pasado por las crecidas del Río Chico, sufriendo daños en muchas viviendas; lo que a mi juicio, requerirá de atención en el futuro por parte de las autoridades del gobierno nacional, ante el riesgo de volver a inundarse.
Pero el problema más sentido de los moradores de esta apartada comunidad darienita y el sector de la Carretera Panamericana, es el estado deplorable de la vía que los comunica por tierra con el resto del país.
Camioneros que hacían en la estación seca el recorrido entre Canglón y Yaviza, me comunicaron en estos días que este tramo está intransitable y el transporte terrestre ha sido suspendido.
Una carretera de invierno y verano hasta Yaviza sería un factor decisivo para elevar la producción y evitaría la emigración del campo hacia la ciudad, fenómeno que históricamente ha desmejorado la calidad vida en la urbe.