El país inicia una nueva etapa de su historia con un nuevo estilo de liderazgo. La llegada al poder de Ricardo Martinelli nos hace pensar en pragmatismo empresarial, de estrategias calculadas para el éxito, basadas en el sentido común y en la lógica y no en las obligaciones políticas.
Su primera reunión de Gabinete no fue la tradicional en la casa presidencial, sino en la comunidad de Las Garzas de Pacora. Esto nos hace pensar que el nuevo mandatario acudirá a resolver los problemas en el propio lugar donde afectan a los ciudadanos.
Con Martinelli como presidente de la República se esperan acciones eficaces contra los problemas que afectan al país, como la seguridad, la educación, el transporte. Sin embargo, son muchos los que esperan una lucha abierta contra la impunidad.
De nada sirve que las autoridades de la seguridad pública realicen decomisos y arrestos, si estamos en riesgo de convertirnos en un estado vencido por el narcotráfico, cuyos elementos se han introducido en la política.
De Martinelli se espera más que construcciones faraónicas, más que enormes estructuras de concreto y acero. La población espera cambios, espera un gobierno con más afinidad con sus intereses y que aplique un estilo de gobernar a favor de las masas.
El nuevo Gobierno tiene la enorme responsabilidad de cumplir con las promesas realizadas durante la prolongada campaña. La ciudadanía ha cifrado en sus personeros grandes esperanzas de que se logre construir un nuevo país con justicia y equidad.
América Latina vive tiempos de cambio. La clase política tradicional panameña falló al no comprender el momento que vivimos, olvidó los errores del pasado y navegó sin brújula hacia su propia extinción.
El nuevo mandatario deberá cambiar el piloto automático en que nos deja la saliente gestión y aferrar el timón del gobierno con la entereza que le caracteriza. El giro de la embarcación ha de ser hacia promisorios horizontes, con la guía de un nuevo estilo de liderazgo para no caer en cierta perniciosa idolatría o culto a la personalidad.