Cómo se nota que se acabó la fiesta.
Resulta chistosa y a veces hasta patética la forma como un buen número de malos funcionarios que durante el gobierno anterior eran botellas, o sencillamente unos vagos, ahora se desviven por demostrar que trabajan.
Durante los últimos años estuvieron cogiendo los mangos bajitos, y encima de eso pavoneándose y alardeando de su cercanía con dirigentes del partido que hasta hace poco gobernaba. Ahora, no saben qué hacer para endulzar los nuevos jefes.
Algunas entidades públicas saturadas de persona que nunca necesitaron están ahora como un hormiguero recién pisado. Muchos corren en diferentes direcciones, recogen y reordenan papeles, miran las pantallas de las computadoras frunciendo el ceño, y todo para aparentar que hacen algo.
Si el clientelismo político, el amiguismo y el nepotismo no fuesen los criterios de rigor en el nombramiento de puestos públicos, en ninguna de nuestras entidades públicas estuviera dándose este show bochornoso.
Si a los funcionarios se les nombrase conforme a sus méritos, créditos universitarios y experiencia -que es como debería ser- nadie tendría nada de que preocuparse.
Si hasta ahora la carrera adminstrativa se hubiese manejado haciendo caso a lo que dice expresamente la ley, ninguno de esos parásitos que hoy en día quieren aferrarse con goma a sus puestos, le habría chupado la sangre al Estado, y por ende a nuestros bolsillos.
Ojalá el actual gobierno acabe con la acostumbrada práctica de los partidos políticos de barrer con todos los puestos ocupados por miembros de colectivos rivales cada vez que suben al poder.
La administración pública es una de las cosas que también necesitan un "cambio". Aquí no se mide productividad, se nombra a gente no idónea en puestos que requieren conocimientos especializados, y en ese clima caótico se envalentonan miles de botellas, garrafones, primos y queridas que nada más sirven para sapear a sus padrinos políticos.
En la medida en que más se enserie la carrera administrativa, cada vez menos se sentirá en el sector público un cambio de gobierno. La entrada de una nueva administración no debería ser un asunto traumático para los funcionarios públicos. Fuera del cambio de jefes, de estilo y de prioridades de trabajo, estos episodios no deberían ni notarse. Pero ahora se notan, y dramáticamente, porque el Estado siempre ha sido tratado como botín por los partidos, y "ponedero" de fichas.