El panorama actual de la educación oficial es probablemente el más grave y trágico de los muchos "colapsos" en servicios públicos que hemos vivido en los últimos dos años.
Entre 2007 y 2008, nuevas calamidades causadas por la mala administración y la corrupción han venido a sumarse a las ya usuales caóticas situaciones que se repiten cada año escolar.
Ya estábamos acostumbrados a las irregularidades en los nombramientos de docentes, los paros de educatores por motivos salariales que causaban la pérdida de valiosas semanas de clases, y los cada vez más bajos rendimientos de los estudiantes.
Ahora, súmele a eso todas las clases perdidas en planteles de todo el país por la crisis de la fibra de vidrio, el escándalo del desfalco en el Fondo de Equidad y Calidad de la Educación, y el reciente descubrimiento de falsificación de documentos por parte de docentes, y nos encontraremos con un sistema educativo que ya pasó el punto de "colapsado".
Lo peor de todo es que el gobierno y la clase política en general no parecen haber caído en cuenta de que el ataque frontal al problema de la educación en el país es más prioritario para el país, sin tratar de minimizar la importancia de mejorar el transporte, la salud o la seguridad.
Por otro lado, cualquier iniciativa de tratar de reformar la educación -sin importar de qué gobierno venga- se estrella con un muro de intolerancia de parte de una dirigencia docente intransigente y siempre vigilante de su zona de confort.
En el mercado laboral de hoy día, ya estamos viendo las secuelas de nuestras deficiencias educativas. Los trabajos están ahí, pero nuestros jóvenes -académicamente- no tienen lo necesario. ¿Hasta donde tendremos que hundirnos para que reaccionemos?