De vez en cuando, la comunidad nacional se entera a través de los medios de comunicación social, de prácticas de corrupción en la Asamblea de Diputados, sin que los culpables sean conducidos a los tribunales para rendir cuentas y pagar por sus fechorías como se hace con el común de los panameños que incurre en la violación de esas mismas leyes que un día los llamados "padres de la patria" aprobaron para ser aplicadas a otros ingenuos.
Como si fuera la repetición de una película de bandidos y vaqueros, nuevamente ha trascendido la existencia de personas conocidas con el poco edificante apodo de "botellas", encartadas en la planilla legislativa, que cobran salario y no trabajan, pues solo se les ve al final de la quincena los días de pago.
Otros que gustan mamar de la teta pública sin sudar la gota gorda ni madrugar son los seguidores políticos que antes y durante las elecciones se dedican a la búsqueda del voto, creyéndose, una vez concluida la campaña, merecedores por mandato divino de una botella y hasta de algo más, de un garrafón, que viene a ser, de acuerdo al vocabulario del pueblo, un salario de mayores proporciones monetarias que recibe el elegido sentado en su casa, como decimos en la campiña interiorana "libre de polvo y paja".
La costumbre es tan antigua como la misma institución, y me trae a la memoria el recuerdo nefasto de un ganadero de la vieja oligarquía que pagaba con cheques del gobierno a los ordeñadores que laboraban en su finca privada. Para el que no sabe, hasta deudas se pagan con esas triquiñuelas, poniendo en planilla a un familiar del cobrador para no levantar sospechas de los auditores que parecen ciegos, sordos y mudos.
¿Qué futuro espera a las mayorías nacionales que sufren asfixia presupuestaria endémica y progresiva, causada por la galopante escalada de alza de los precios? ¿Cómo responde ante estas prácticas el control fiscal que ejerce la Contraloría?
