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Cuidado con el agua mansa

Por: Hermano Pablo | Reverendo

Eran dos arroyuelos cantarinos de 30 centímetros de profundidad y no más de 3 metros de ancho. Corrían paralelos a 500 metros uno del otro, y eran el encanto y el orgullo de los pobladores de Wheeling, un pueblo de Virginia Oeste, Estados Unidos.

Lamentablemente, la tormenta del verano de 1990 fue brava, como no se había conocido antes. Que caigan cien milímetros de agua en media hora, más que diluvio, es una catarata. Los dos arroyuelos, el Wegee y el Pipe, crecieron monstruosamente y arrasaron el valle. Destruyeron 6O casas y ahogaron a 24 personas.

Gigi Palenicek, de veintiocho años de edad, salvó a su esposa y a sus dos hijitos, y levantando su Biblia ante los camarógrafos dijo: "Hemos perdido todo, pero conservamos la vida. Ahora es tiempo de comenzar de nuevo. Con Dios, todo es posible."

De este suceso, bastante común en los países montañosos, se pueden sacar dos reflexiones. Una es que nunca hay que fiarse de los arroyos cantarinos y del agua mansa, sobre todo si corren entre montañas. Una lluvia torrencial puede convertir el dulce arroyuelo en un feroz torrente destructor.

Así mismo las pasiones del alma, que parecen mansas y tranquilas, pueden desbordarse en el momento menos pensado. El hombre más manso y dulce puede, de un momento para otro, especialmente bajo la influencia del alcohol o de las drogas, convertirse en el más cruel criminal.

La segunda reflexión es que, así como Gigi Palenicek, podemos perderlo todo en la vida, pero mientras tegamos fe en el Cristo viviente, el Señor y Salvador de la Biblia, siempre habrá esperanza para comenzar de nuevo.

Perder todo lo material, que a veces hemos ganado con mucho sacrificio, no es necesariamente el final de todo, no es la terminación de nuestra existencia. Con Cristo como Salvador y Amigo, siempre podemos comenzar de nuevo, y esa nueva vida puede ser mejor que la anterior.

Siempre hay tiempo para un nuevo principio, como dijo Palenicek. Jesucristo puede renovar nuestras fuerzas maravillosamente. Él quiere ayudarnos en las desgracias de la vida. Si clamamos a Cristo cuando hemos sufrido grandes pérdidas, Él reanimará nuestro espíritu desfallecido.



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