Los cubanos, encabezados por el presidente Fidel Castro, se reunieron en su Asamblea Popular para declarar al mundo que la revolución cubana será socialista y que la Isla nunca cambiará su sistema.
En las dictaduras, como cosa curiosa, se trata de perpetuar causalmente con acuerdos, resoluciones o leyes los sistemas, olvidando que es el pueblo quien, en última instancia, define su historia.
Castro llega al ocaso de su vida y quiere perpetuar el comunismo cubano, sin evolucionar y sin darse cuenta que el mundo avanza hacia una globalización a toda velocidad.
Olvida la caída del muro de Berlín y los cambios en Rusia, no se ve en el espejo chino, su discurso lejano del presente y del futuro, convierte a su país en un extraño recuerdo.
Jimmy Carter le tendió la mano, la disidencia cubana interna con dignidad y valentía presentó el plan Varela para un referéndum, pero no hay forma de que lo entiendan.
La situación en la isla mayor caribeña nos dice que un día al igual que en la Europa Oriental, sin que lo esperemos, escucharemos las campanas de la libertad.
Pareciera ser que el viejo dictador no ha entendido que nadie puede igualar a Dios, por lo tanto, nadie puede controlar, tras su muerte, el destino de su pueblo.
El futuro cubano pareciera incierto, imprevisto o una gran enseñanza para, quienes en América Latina creen que pueden vivir eternamente en el poder. |