Panamá sufre desde el domingo una especie de luto deportivo. Para los fanáticos y el común de los panameños, la derrota de la selección nacional de fútbol dejó un sabor amargo.
Contando con un grupo de los mejores futbolistas de las últimas décadas, el país fue eliminado en sus planes de avanzar hacia un Mundial de Fútbol. Fue un fracaso, un retroceso. Con tan sólo dos partidos, se esfumó el sueño.
Ahora es el momento de reclamar responsabilidades. Tan culpable es el técnico Guimaraes con su planteamiento equivocado de juego, como los dirigentes que decidieron mantenerlo en el cargo, a pesar de los resultados desastrosos.
Casi 400 mil dólares se llevó el técnico tico-brasileño, a razón de $20 mil por mes. La Federación prefirió aportar por un extranjero que no se entregó al onceno panameño, en vez de preferir a un nacional a los que siempre le regatean recursos.
El resultado del partido realizado en el estadio Cuscatlán prácticamente acaba con una generación de futbolista a los que la participación en las subsiguientes fases de la eliminatorias, le debían servir de vitrina para exponer sus cualidades y aspirar a desarrollarse profesionalmente.
Todo se derrumbo en cuestión de 25 minutos. Tres goles en ese lapso de tiempo acabaron con la ilusión de un pueblo. Ojalá que los responsables del fracaso tengan el valor de renunciar.
Lo sucedido debe servir de experiencia para no cometer los errores. Es hora de prepararnos desde abajo y desarrollar el talento natural que tienen muchos jóvenes panameños.
Sin duda que los desaciertos de Guimaraes y por ende de la dirigencia que lo contrató han dejado casi sepultado a una selección, que ahora tendrá que conformarse con celebrar partidos para foguear a los países del área que han avanzado en sus planes para estar en el próximo mundial. Pero dentro de lo malo, siempre hay algo positivo, ahora hay que redoblar el esfuerzo y trabajar con ahínco para cuando se nos presente una nueva oportunidad.