En un sistema tan vital como el de la administración pública, en el que la transparencia y la rendición de cuentas deberían ser algo automático, tanto periodistas como el ciudadano común se encuentran a diario con todo tipo de trabas y obstáculos para obtener cierto tipo de información manejada por el Estado.
Y se trata de obstáculos puestos por los mismos funcionarios públicos, tanto de alta como de media jerarquía. Se trata de una cultura del secretismo propia de los regímenes en que todo se hace por debajo de la mesa, y en que la corrupción es la norma.
Es el eterno juega vivo de la administración pública. Con frecuencia la duda se cierne sobre ciertos proyectos, licitaciones y concesiones administrativas en los que el bien común se ve afectado. Ya sean proyectos carreteros, puertos o privatizaciones, en la historia reciente de nuestro país, información clave se maneja detrás de gruesas cortinas.
Existe una ley de transparencia que se cumple selectivamente. Y cuando se trata de pedir información sensitiva, los funcionarios con frecuencia tardan más tiempo de lo permitido por la ley para entregarla.
Bajo todo esta cultura contra la transparencia que no es solo de este, sino de todos los gobiernos, yace el temor por que se descubra todo lo torcido que se hace a costa de los dineros de los contribuyentes.
El que no la debe, no la teme. Tan sencillo como eso.
Tomando el refrán anterior como referente, debemos concluir en que ser transparente no es algo que se logra tan sencillamente. No se trata solo de dejar que todos vean lo que hacemos. Para ser transparentes se requiere de un ejercicio previo de adecentamiento.
Porque si se endereza el manejo de la administración pública, si se realizan las licitaciones como deben ser, si se detienen los múltiples negociados, si se deja de morder los fondos públicos, entonces nadie tendría la necesidad de estar teniendo que taparlo todo.
Si queremos más transparencia, lo primero es adecentar a nuestros funcionarios. Acabar con el juega vivo, con el clientelismo y con las botellas y garrafones. Cuando eso llegue a su fin, a nadie le interesará estar cubriendo la información sensitiva y obstaculizando el trabajo de la prensa, porque no habrá nada que tapar.
Pero ese trabajo se hace de dentro hacia afuera. Le tocará a la próxima administración establecer los mecanismos que sean necesarios para establecer unos cuantos ejemplos que pongan a pensar dos veces a un funcionario a bloquear el acceso a la información.