domingo 18 de junio de 2006

 

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  RELATOS Y REPORTAJES

HUMANITARIA: JOHN PASA SU VIDA EN UN ASILO
Triste soledad

Yalena Ortiz | Crítica en Línea

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John perdió sus piernas hace cuatro años en el quirófano de un hospital de Estados Unidos. (Foto: Eduards Santos / EPASA)

Era una mañana fría, de esas que disfrutamos después de un torrencial aguacero de madrugada. Nos acercamos al Hogar Bolívar en busca de una historia para contarles en el Día del Padre, pero nunca nos imaginamos con lo que nos íbamos a encontrar.

Sentado sobre una silla de rueda, la figura de un hombre corpulento, de tez morena llama la atención desde distancia, pues no es una persona especial; le faltaban las dos extremidades inferiores. Nos acercamos para conversar, y entonces descubrimos su tristeza.

John Richard Bowen Boyce es uno de los 305 ancianos que se encuentran recluidos en el hogar. Desde hace 3 años pasa su vida entre los pasillos de aquella institución recordando sus años de juventud, frente a las playas del Caribe, mientras entonaba sus mejores canciones en la tarima de la feria de Colón.

Su mirada lo dice todo, en esos pequeños ojos castaños, con fuertes señas de cataratas que van carcomiendo poco a poco su visión, sólo se puede divisar la ausencia de los seres que algún día amó.

A su 74 años, John busca en sus años mozos, cuando vivía, en calle 9 de Colón, una razón para salir adelante, para lograr un día más. Sin embargo, a veces la nostalgia puede más que la voluntad y no queda otra que llorar por lo que un día se tuvo y no se supo retener.

Este hombre no está solo en la vida, tiene una hija, Iluela . Sí, alguien que un día lo miró con ojos de amor y le dijo ¡Feliz día papito! con un regalo entre sus brazos. Hoy, esa niña es una mujer, reside en California, Estados Unidos, pero su padre no la ve desde que tenía 15 años.

John perdió sus piernas hace cuatro años en el quirófano de un hospital de Estados Unidos. La diabetes se las llevó,

Actualmente, su hija ya está casada con un norteamericano, tiene un hijo y trabaja. Entre sollozos y lágrimas, que se esconden entre sus arrugadas y temblorosas manos, este padre llora por no tener a su lado a lo único que le queda en la vida; resignándose a escuchar la voz de su niña cuando ella lo llama, una vez a la semana. Y con eso se siente satisfecho.

Ha existido momentos en que ha sentido deseos de volver a ver a su hijita, pero se frena; empieza a razonar en que su Iluela tiene su nueva familia, trabaja para pagar su casa y él "no quiere ser una carga para su pequeña".

Pero, no es fácil y la batalla continúa. Para hacerla más pasajera se refugia en el amor de Dios.

Su gusto por el calipso también lo ayuda. Desde pequeño le gustaba cantar y bailar al son de ese ritmo. En medio de sus dificultades nos canta a capela la canción: "Dicen que soy borracho que voy por el mundo como alma perdida...

Esa es su melodía favorita, porque cuando era joven pasaba mucho tiempo libando licor y más con una fecha especial, como la celebración del Día del Padre. Nunca imaginó que ese degustar de bebidas y tragos se convertiría en una de las razones de su enfermedad.

Dentro de la tristeza que a veces lo afecta, John también se divierte junto a sus compañeros viendo televisión. Para este Día del Padre son pocas las cosas que quisiera tener. Con una bella sonrisa entre sus labios sólo pide un reloj de pulsera. También quiere un paseo por la ciudad para ver los grandes edificios y los múltiples cambios que han ocurrido mientras pasa sus días postrado en una silla de ruedas.

 

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