¿Recuerda cuando era niño o aún de adulto y fue al parque de diversiones y lo llevaron por un túnel oscuro donde habían momias, fantasmas, ruidos de cadenas, animales rabiosos dispuestos a morderle? La casa de los sustos es típica en esos lugares. Y es que la idea es provocar en usted sobresalto, miedo, cierta histeria, emoción descontrolada que le permite salirse de la realidad, asustarse y luego calmarse, cuando su mente le dice que es mentira, que ya acabó todo. Estos miedos provocados por el hombre para brindarle emociones son un pálido reflejo de lo que hace usted personalmente en su vida: crearse miedos. Sí, crearse una casa de los sustos permanentes en la mente o una montaña rusa de emociones dañinas ha sido ocupación del hombre desde siempre. La invención de historias de muertos que aparecen; la creación de dioses que castigan a cualquiera y cuando menos lo piensan; el agrandar al máximo los enemigos (verlos como monstruos) o el pintar excesivamente dañinos a los que no son de nuestra raza o nación o religión o creencia política: esto ha sido cuestión de siempre. Nos ha encantado vivir sobresaltos, mirar con desconfianza a los demás, levantarnos temerosos por la mañana, imaginamos las peores enfermedades, asegurar que porque las cosas van muy bien ahora, esto es el presagio de que mañana estarán mal. Y ahora modernamente con la aparición de los medios de comunicación social, los accidentes y desastres naturales ocurridos a miles de kilómetros nos anuncian que "ya pronto" llegarán a nuestro país. Nos encanta intoxicarnos con el miedo, masticarlo y rumiarlo al máximo; envenenarnos lentamente para "así pasar el tiempo" y no hacer tan tediosa, tan aburrida la vida. Porque en el fondo el papel de los miedos es el de ocuparnos en algo; emocionarnos aunque sea produciéndonos una úlcera. Si analizáramos que Dios jamás ha creado hombres-vampiros ni hombres-lobos. Si viéramos la vida más positivamente, desaparecerían muchos de nuestros miedos. Si supiéramos que nuestra vida reposa en las manos benditas de Dios, dejaríamos de preocuparnos demasiado por el mañana o por la muerte. Si nos acercáramos más al Señor, venceríamos nuestros miedos, porque ¡CON EL, SOMOS INVENCIBLES!