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Tengo bondad y compasión por la naturaleza humana; siento profundamente la exclusión a la cual es sometido un grupo de la sociedad, cuyo único delito perpetrado es ser desheredado de la vida. ¡Siempre se tiene en cuenta que toda debilidad es fácil de derrotar! A medida que el tiempo pasa van adicionándose los críticos que en fila india y en completo desacuerdo, afirman que un aumento para los jubilados de 40 dólares es un exabrupto, totalmente improcedente. ¿Habrán pensado estos señores que, con lo mucho que ganan, no pueden vivir, porque les falta, pero el pobre sí lo puede realizar con poco, porque les sobra? No comparto esta manera de concebir, dejemos esas veleidades para otra oportunidad; las opiniones alegres tienen su momento apropiado.
Cuando no tenemos para hacer bullir el líquido en la paila en completo afán, preparando los alimentos, no hay imploración que valga, ni ojos lisiados por la fatiga mirando atónitos hacia el cielo, pues no esperemos nada, nada bajará. Es triste observar el comportamiento de estos ancianos en la calle.
La historia nos narra que en la antigüedad ellos eran los augures, los doctos, los mentores, los patriarcas respetables, tenían de todo, menos el sonido ronco que produce la sartén, colocada boca abajo, vomitando lo que no tiene, golpeada por el leño con iracundia y vehemencia. El mundo cambia, es verdad, aquellos tiempos se distinguían, siendo el respeto un ingrediente primario en la organización grupal, donde los viejos eran los selectivos para gobernar.
Están bregando solos, me pregunto con insistencia: ¿Dónde se encuentran: los hijos, los nietos, las nueras, los bisnietos, muy pendientes de la paga del escuálido estipendio? Hombres y mujeres de caminar parsimonioso, de miradas opacas y de cuerpos envarados por el tiempo, se aproximan a su dirigente el licenciado Eladio Fernández, un hombre de alta estatura, de mirar sereno y de verbo tajante. Aún no puedo explicarme, por qué no han sido atendidos; todos somos panameños y merecemos una satisfacción. |
