Nuestro país es la tierra de las novedades, promulgamos leyes y acuerdos que erizan con el sólo hecho de escuchar las sustentaciones, enriquecidas de prestancias, esgrimidas, por sus gestores, acompañadas de ingeniosidades, procurando el proyectarse a plenitud, tendientes a encontrar el medio indicativo de convocamiento, entrelazando las motivaciones realistas, plasmadas en los razonamientos fidedignos, liados con el sentido de la lógica, atadas de los preciosos principios evidenciales y confirmadores.
Es natural que estos dictámenes tengan carácter de obligatoriedad, para todos los integrantes de la sociedad, especialmente los que se muestran cautos y son tomados casi siempre desprevenidos por la ley.
Pero al correr las exigencias coercitivas se malogran y debilitan a razón de los soportes menguados que sirven de auxiliares a la regulación, y por ende, golpean con los consiguientes efectos patéticos.
Todo impacto con la cultura corriente debe traer consigo sus correctivos indispensables. Pero la recién llegada regla, tiene ya sus enemigos que la adversan, exigiendo tomar el toro por los cuernos, mostrándose reacios frente a cualquier argumento impositivo.
Este examen disciplinario requiere ejecutarse con medidas en el preciso habitar donde son desarrolladas las puntuales divergencias, golpeando los siempre alérgicos de los deberes sociales; se necesitan legiones de supervisores que eviten el arrojar las inmundicias a la calle, lo mismo que sacar a defecar los perros en parques, que son de uso exclusivo para jugar los niños.
Las autoridades de aseo cumplen, pero los cochinos tiran por tierra el esfuerzo realizado, olvidando que esos funcionarios son pagados con los impuestos tributados por todos. Por algo nos clasifican con las comunidades del Tercer Mundo, calificación desastrosa y menospreciable que nos aleja cada día más de los conjuntos humanos civilizados, que marchan a la vanguardia, liderizando el redoblado paso científico, visionario y apabullador.