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"Cualquier día se me escapará el alma"

Hermano Pablo | Reverendo

Hizo reír a la más alta sociedad inglesa. Ganó una fortuna con sus películas y series de televisión. Adquirió educación y cultura. Aprendió cuatro idiomas: inglés, español, francés e italiano, y escribió dramas y libretos de televisión. Se trata de Terry-Thomas, el famoso cómico inglés. A los 78 años de edad lo abatió la enfermedad de Parkinson.

Escribía su nombre, Terry-Thomas, con un guión entre los dos nombres para recordarle -decía él- la separación que tenía entre sus dientes frontales. «Por esa abertura de mis dientes -decía en broma- cualquier día se me escapa el alma.» Murió el 8 de enero de 1990.

«Por esa abertura de mis dientes cualquier día se me escapa el alma.» Ingeniosa la frase del cómico inglés. Lo decía en broma, pero revela una verdad ineludible. Llegará el día en que el alma y el cuerpo se separarán. Algún día le diremos adiós al cuerpo. ¿Qué será entonces de nuestra alma? El cuerpo ya sabemos a dónde va: al sepulcro. El gran interrogante es: ¿A dónde va el alma? Ella también va a algún lugar.

El sabio Salomón, que murió cavilando sobre estos profundos dilemas humanos, llegó a la siguiente conclusión: «No hay quien tenga poder sobre el aliento de vida, como para retenerlo, ni hay quien tenga poder sobre el día de su muerte. No hay licencias durante la batalla, ni la maldad deja libre al malvado» (Eclesiastés 8:8).

El hombre puede trazar sus propios caminos. Puede incluso erguirse contra Dios y desafiarlo a puño cerrado. Puede negar a Cristo el Salvador y hacer burla y escarnio de Él. Puede reírse de su sacrificio en la cruz del Calvario, y puede cerrar sus oídos al santo Evangelio.

Puede también, cuando posee plena fuerza y salud, reírse de la muerte. Puede hablar como si ese momento nunca llegara. Y puede vivir como si fuera a hacerlo para siempre. Pero ese momento es más seguro que la vida misma. Ni la burla ni la incredulidad librarán al hombre de la muerte. Cuando ese momento llegue, todos nos rendiremos a él.

Hagamos de Cristo el Señor de nuestra vida. Él quiere y puede ser nuestro Salvador eterno. Hoy, cuando disfrutamos de buena salud y de vitalidad, busquemos al único que puede asegurar nuestro bienestar eterno. Hagamos de Cristo nuestro Señor y Dios.



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