Da mucha pena, cuando uno se entera que algún profesional emergido de una pobreza sobrellevadera, cae en la corrupción. El pesar aumenta más cuando uno lo ha conocido humilde, sencillo, lo ha visto comer fiado en fondas de construcción, estudiando con libros prestados, haciendo colectas para tomarse un trago y hasta pidiendo pavas de cigarrillos y salves como cualquier bohemio.
La acción de recibir altos ingresos mal habidos, obtenidos por el delito de la coima, tiene la peculiaridad de convertirse en un creciente y maldito hábito de consecuencias múltiples e impredecibles. Es el primer paso para caer en delitos mayores. La conversión a delincuente barato parece tapar como una lapa el entendimiento de estos personajes, pues no se dan cuenta que la ostentación de un asalariado o funcionario de poca monta es escandalizante porque salta a la vista. Para el funcionario más lego de cualquier Contraloría, sería fácil establecer que un sueldito de B/.2,000.00 no estira para tener automóviles caros, casas de playa, apartamentos, caballos, yeguas y jolgorios diarios.
La plata hace que el otrora hombre de costumbres simples, cambie totalmente de personalidad, por ejemplo: Deja de ir a misa, el carrito que por quince años lo ha reparado, pintado y alabado hasta las últimas consecuencias, lo cambie por una cuatro por cuatro aunque no tenga finca, deja a la abnegada mujercita, por una más nueva y se va del apartamento que obtuvo a garra y colmillo con el Banco Hipotecario y se muda de ser posible para un nuevo sector.
El funcionario que ustedes se están imaginando, goza de un puesto, de trámites muy necesarios para trabajadores independientes, que desesperados son capaces de pagar hasta B/.5,000.00 para que le resuelvan un problema, le otorguen alguna licencia y permiso. No cabe la menor duda que este empleado público coimero, cebado por el éxito continuo de sus actos dolosos, se enriquecerá muy rápido, por más que tenga que repartir con sus cómplices.
A estas alturas y grado de omnibulación de nuestro delincuente criollo, ya le molesta el corte del barbero que le cobraba un dólar y se busca una barbería unisex, donde le arreglen las uñas y reciban estrictamente bajo el régimen de citas. Asimismo, se hace de aliados nuevos, altos y bajos en su trabajo, personas confiables según él, pero que hablan del botín en cantinas, bares y bailes, fácilmente aptos para un encubrimiento policivo, aunado a que este país es muy chiquito y todo se sabe y no deja de ser cierto el refrán capireño: "El pobre que sube como el coco, cae como papaya".
En nuestro país, esta clase de individuos, que se aprovechan de la cojera que sufre nuestra Justicia, si no queda preso y esmirriado por el decomiso de sus bienes mal habidos, usted los verá al cabo de varios años, cuando se les ha esfumado todo, tratando de hacer amistad con la gente común de donde él emergió a fuerza de la coima y el robo. Y, son bien recibidos, como si no hubiese pasado nada, porque este pueblo es lo más parecido a la Iglesia Católica: Perdona a todo el mundo. |