sábado 29 de mayo de 2010 

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El milagro de Cabuya

Miriam Vicenta Almanza | Crítica en Línea

¡Un rescate cachimbón, que 24 horas después, todavía impregna el ambiente con el olor inconfundible de excremento!

La comunidad rural del Sector 3 de Cabuya, en Tocumen, se estremeció la tarde del jueves cuando se soltó la alarma de que 'Inesita' había caído a la letrina comunitaria.

De la niña de un año sólo se oía el llanto desde las profundidades del foso.

En el Cuartel de Bomberos Federico Boyd, localizado en Juan Díaz, la llamada fue recibida por Gabriel Vergara, un 'camisa roja' de 28 años de edad, a las 550 p.m.

El carro 127 estaba listo para la emergencia y en él viajaron el Tte. Orlando Guevara, al mando; Guillermo Cerrud, conductor de la unidad; el segundo del Tte., el Sargento Ángel Gudiño; el cabo segundo Freiduglier Gutiérrez; y los bomberos Juan Hidalgo y Eduardo Pheopile, quienes partieron de la estación a las 5:56 p.m.

"Nos dieron la dirección. Era cerca de la Iglesia de la comunidad. Yo vivo por allá, por eso nos ubicamos rápido", narró Hidalgo, un espigado bombero de 26 años, que con los ojos agrandados por los recuerdos, pintaba la escena. En el trayecto idearon varias opciones de rescate, pero ninguna para la situación a la que se enfrentaron.

Al llegar al sitio, a las 6:06 p.m., ya estaban los paramédicos del servicio de emergencias 911, unidades de la Policía Nacional y miembros de la DIJ.

"¿Para qué vienen? ¡Como siempre: llegan tarde!", fue el recibimiento hostil de algunos miembros de la comunidad al grupo de seis, que pensó lo peor, pero aún así, se acercaron a la rústica estructura de bloques sin repellar, de aproximadamente un metro cuadrado, y alguien de la comunidad alumbró con una lámpara hacia el fondo del servicio de hueco. Lo que vieron los espantó: la carita de la niña rodeada de heces asomaba en medio del océano tóxico. Parte del pechito, de los bracitos y de una pierna eran apenas visibles, cubiertos por cremosas sustancias chocolates disputadas por incontables cucarachas. Estaba tendida horizontalmente. (Sucede que en la superficie del hueco, el excremento está suave y aguado, pero debajo se va endureciendo y eso fue lo que permitió que la niña no se hundiera tan rápido). El olor penetrante del contenido del pozo sofocaba los estómagos de algunos bomberos y hasta uno de ellos hizo un esfuerzo sobrehumano para no vaciar el suyo.

Enseguida, la mente de los bomberos empezó a "maquinar" cómo sacar a la niña. "¡Dios mío, nunca había visto algo así!", confesó Hidalgo, quien se ofreció para bajar hasta las profundidades de unos 3 ó 4 metros, atado por las extremidades inferiores, pero el diámetro estrecho de 16 x 16 pulgadas de la letrina, lo impedía. Hicieron un nudo con una soga que ataron a un gancho para enfrentarse a la parte más difícil: lazar el pequeño y resbaloso cuerpo. La tarea fue ardua. En los alrededores no se oía ni un suspiro. Parecía que el tiempo se hubiera detenido o pasaba en cámara lenta. Finalmente lograron pasar el lazo hasta el tórax, desde los pies, alumbrados por la lámpara, y entre suspiros aguantados, ojos desorbitados y sentidos aturdidos, sacaron el cuerpo atado a la cuerda, a las 6: 16 p.m. Todos se quedaron mudos, mirando el milagro. El silencio fue roto por el llanto de la bebé, que pareciera que volvió a nacer, pero al momento de intentar tomarla en brazos, estaba guabinosa. Fue Hidalgo quien la agarró. "Tengo un hijo de 3 años. Dios mío, pensé en él", es lo que atina a comentar el bombero.

Lo demás es "pan comido": los bomberos la bañaron y la entregaron a los paramédicos, que a la velocidad del rayo, la llevaron al hospital.

 

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