De un tiempo acá, las televisoras locales transmiten cada vez con más frecuencia telenovelas basadas en temas de narcotráfico y sus derivados de violencia y criminalidad, con el propósito de captar la atención de dos tipos de televidentes: el que las ve para estar alerta ante semejante flagelo que diezma a una parte importante de la sociedad, y así tomar las previsiones por anticipado, y el que intenta aprender técnicas novedosas con las que se nutre esta actividad delictiva para hacer uso de ellas.
¿Qué busca el andamiaje financiero y cultural que promueve el acceso de miles de personas a ese mundo de ficción, realidad y conflictos pasionales en constante ascenso? ¿Por qué no se pronuncian al respecto, con más firmeza, sectores de la sociedad como la iglesia, la educación y la intelectualidad criolla?
De advertencia sirvió, porque nada más llegar a su capítulo final el Cartel de los sapos, y ahí mismo, se desató la carnicería con su secuela de ajusticiados, descuartizados y secuestrados, en lo que parece ser una guerra sin cuartel en el bajo mundo. Tanto es así que hasta Pirulito, Guadañita y el Cabo, personajes fatídicos de la conocida serie televisada, podrían ser los autores de los tiroteos que en horas nocturnas despiertan al vecindario en las tranquilas y somnolientas barriadas populares antaño remansos de paz y sosiego.
Después de entretenernos un poco con la narcoaventura de don Pablo Escobar y sus secuaces, ahora sólo nos faltan los comandos armados que asaltan poblados y despedazan salvajemente a sus compinches al mejor estilo de la frontera de Méjico con los Estados Unidos.