El matrimonio se levantó temprano esa mañana. Eran campesinos de Pekín, China. Tenían un tractor y aperos de labranza. Encendieron el motor para calentarlo. Despacio, como si estuvieran enganchando el arado, ataron a su hijito Muí Wang, de cinco años, a la barra del tractor.
Luego, Sun y Lu Wang, los padres del niño, se subieron al tractor y arrastraron al pequeño por todo el campo. No lo mataron, pero le causaron graves heridas. ¿La razón de esa acción tan abominable? Una adivina les dijo que el niño había nacido con "mala suerte", y que debían eliminarlo para que ellos no sufrieran ningún daño.
Los adivinos y profetas de la buena y mala fortuna todavía tienen enorme crédito entre el pueblo. A pesar de todo el progreso científico y educativo, los hechiceros, los brujos, los espiritistas, los llamados médiums o videntes, las gitanas que leen la palma de la mano y demás practicantes del ocultismo, siguen ejerciendo influencia en las personas. Una joven señora peruana cuenta que cuando tenía seis meses de nacida lloró durante toda una semana. Después se calló, y al día siguiente murió el abuelito. A raíz de eso los familiares siempre le han dicho que ella tiene mala estrella. Las hechicerías, los embrujos y los maleficios pertenecen al reino de la superstición y la ignorancia. No tienen poder ni existencia real. De todos modos, hay cura y liberación para las personas que viven angustiadas y asustadas por los horóscopos, las profecías falsas, los malos augurios y los vaticinios. El remedio es la fe sencilla y confiada en el amor inalterable de Dios, el Padre celestial.
Cuando damos un paso de fe y entregamos de una vez por todas nuestro ser y nuestra vida al Señor Jesucristo, quedamos libres de cualquier mala influencia, porque con Cristo vienen al alma la paz, la seguridad y la tranquilidad. Cristo es la solución para las inquietudes del alma.