En las últimas dos semanas la ciudadanía ha visto cómo casi diez unidades repartidas en la policía nacional, de la Dirección de Investigación Judicial, del Sistema de Protección Institucional (SPI) y hasta de los bomberos han sido descubiertos en actividades delictivas y criminales.
Estas ovejas negras de sus respectivos cuerpos de seguridad estaban involucrados en delitos como secuestro y narcotráfico, y otros servían como soplones del crimen organizado.
También la semana pasada se descubrió cómo personas ajenas a los estamentos de seguridad, tenían acceso a radios de comunicaciones en las que tenían acceso a todas las frecuencias de la Policía Nacional, incluyendo la del propio director. Algo espeluznante.
Cada vez con más frecuencia se conoce de bandas de asaltantes y secuestradores en las que uno o más policías se encuentran entre sus integrantes, o de grupos delictivos que tienen acceso a uniformes completos de la fuerza pública.
Todo esto demuestra que la lucha contra el crimen organizado (que han perdido las administraciones anteriores y la está perdiendo esta también), tiene que comenzar de adentro hacia afuera, porque ya no se puede ocultar que hay una fuerte penetración de grupos al margen de la ley en nuestros entes de seguridad. Los delincuentes saben los movimientos de la policía antes de que estos ocurran.
Mientras esta realidad no sea enfrentada, esta será una guerra perdida.