Tenemos que curarnos de los efectos sentenciosos y tentativos del inexorable juez calificado sociedad. Algunas veces quisiéramos escapar de nosotros mismos, huir dejando la estela directiva de nuestra existencia en manos de la casualidad, viendo con indiferencia el destino que se nos proyecta hacia el porvenir, donde nos adentramos sonoramente en las realizaciones de las más disparatadas y contrariadas ideas en cuanto a procedimientos nos referimos, a fin de demostrar y justificar lo que llamamos la razón de existir, unidos también con la irracionalidad de la vida.
Somos seres unipersonales, pero el estilo en conjunto nos exige a pasar por los nutridos agujeros de la criba social, donde estamos obligados a los continuos dictámenes restrictivos impuestos por las exigencias de las mancomunidades sociales. Tengo que procurar reposar mis pensamientos capitalizados con perseverancia por lo que reverbera interiormente en pos de la caza de las potentes facultades que harían ricas mis aprestaciones intelectuales.
El más encopetado del mundo tal vez verá pobretes por todas partes, contrariamente si no tengo para pagar mi último sueño después de la vida, veré poderosos por doquier y un real me parecería un capitalazo. ¡Qué tedioso y qué mezquino es este entorno villano que vigila nuestros pasos por la vida! Cada criatura persevera por sus actos a buscar con insistencia cada hora que pasa la meta ambicionada que radica en la perfección particular de todo individuo, tendientes a cumplir las imposiciones sociales.
Tenemos que proyectarnos a ser lo más hombre posible en busca de la eficiencia responsable. Todos los hombres somos iguales en cuanto a las causas suficientes de nuestro proceder, iguales para el santo que los del pecador, han sido estimulados por alguna causa, pero no distinguimos los hombres según nuestros actos comprueben o desdigan la razón de ser del hombre en particular.
