Pensé que la "Tulivieja" podría estar por allí, buscando a su hijo desaparecido, como dicen las leyendas campesina. Estábamos el viernes siete de abril recorriendo el lecho pedregoso del río que conduce al chorro Las Mozas, en el Valle de Antón.
En algunos lugares el río había hecho pozas de más de un metro de profundidad. Como árboles enormes estaban a la orilla , el lugar tenía un aspecto sombrío y tenebroso.
Y las pozas se veían oscuras, sin fondo. "No camines por el borde, porque puedes resbalar y caerte al agua", recomendé a mi esposa.
¿Qué estábamos haciendo allí? Sencillamente un recorrido de "turismo interno" por un sitio que muchos panameños no conocen.
El chorro Las Mozas tiene una leyenda que señala que unas indígenas murieron allí por amor.
Desde que era niño he ido a ese sitio y pocas veces pude ver el salto de agua. Hay que arrastrarse por una montaña para disfrutar esta atracción turística.
Es lamentable que el IPAT no haya podido habilitar el área para que lo disfruten todos los turistas, aunque esté en una finca particular.
Observamos piedras volcánicas que tienen miles de años. Los técnicos hablan que el Valle fue un volcán. Y por ese río salía parte de la lava ardiente de sus erupciones.
Ver en el lecho piedras incrustadas en otras, muestra los efectos de la lava volcánica que derrite cualquier cosa.
Parte del camino lo hicimos vigilados por unos pájaros negros con amarillo, llamados oropéndolas o "chacareros". Los ruidosos animales advertían nuestros pasos a sus compañeros, lo que daba mayor misterio al sitio.
Al ver las pozas oscuras pensé que un animal exótico podría salir del fondo y atacarnos.
En un momento el silencio se hizo tan pesado, que se podía "cortar con una navaja". Solamente el ruido del agua y nuestra respiración daban vida al lugar.
Recordé que años atrás maté una culebra allí. También que me he bañado varias veces, cuando la contaminación no era tan grave como ahora.
Hay personas que visitan el sitio. Eso se puede notar por desperdicios de basura en sus orillas. Un joven del lugar se bañó, mientras un anciano se divertía pescando no sé qué, mas arriba.
Dos damas hablaban bajo un árbol sin importarle quienes pasábamos por allí.
Comimos galletas que compartimos con las sardinitas del río, mientras decidíamos si pasábamos un estrecho borde.
La prudencia venció a la "curiosidad periodística". No vimos el chorro de Las Mozas y nos fuimos ligero, antes que se apareciera La Tulivieja.