Caminó horas enteras por las calles de la ciudad. No era que se había perdido y buscaba su casa, pues no tenía hogar. No buscaba parientes, pues ninguno la reconocía. Ni buscaba una casa amiga, pues no tenía amigos.
Fay Ann Werdlow, de treinta y dos años de edad, de Sommerset, Inglaterra, buscaba dónde dar a luz, porque ya sentía los dolores de parto. Al no hallar un lugar mejor, sin poder resistir más el clamor de la naturaleza, la mujer entró en una cabina telefónica y allí dio a luz.
"No le hablé a nadie -explicó la mujer-, porque no tengo a nadie que me ayude. Pero sí clamé a Dios. Él se acuerda de los desamparados."
He aquí una mujer que ocupa una cabina telefónica a la una de la mañana en una populosa ciudad moderna. No usa el teléfono porque le es inútil. Pero en esa cabina, donde se hacen tantas llamadas triviales, ella clama a Dios. Y en una hora sumamente crítica de su vida, Dios escucha su clamor.
Cuando las autoridades se dieron cuenta de lo que ocurría, la atendieron con paciencia y cariño. Así Fay Ann Werdlow, en un hogar provisto por una comunidad comprensiva, pudo cuidar de su criatura con paz en el corazón. Dios, en efecto, escuchó el clamor de esa desamparada.
La vida, con sus contrariedades, sus percances y sus angustias, se parece a un río caudaloso. Mientras algunos, en el centro de la corriente, van felizmente adelante, otros van quedando rezagados en los remansos de las orillas. Es allí donde se juntan la basura y los desperdicios. Y es fácil allí perder la esperanza. Pero para esos rezagados y retenidos en los remansos de la vida, está Dios. Y Él siempre oye el clamor del necesitado.
Todo el que se siente arrojado a un lado del camino de la vida debe saber que esto le puede ocurrir a cualquiera. No es experiencia sólo del desposeído. Este abandono pueden sentirlo también el de excelente preparación académica y el de buenos medios económicos. El mal no sabe discriminar, y cuando golpea, cualquiera puede sentir su bofetada. Pero siempre está Dios. Cuando agotamos todo recurso, siempre queda Dios. Cuando todos los amigos se esfuman, siempre queda Dios. Cristo, Dios hecho carne, es un Salvador para todos, tanto para los que viven en la cumbre de la dicha como para los que están marginados en los remansos de la miseria. Cristo es bueno. Sus oídos están atentos a las oraciones de todos. Clamemos a Él con confianza. Él oirá nuestra oración.