Cuando se habla de la Semana Santa o la Semana Mayor, se habla de que la fe es la oportunidad de reflexionar y disponer de nuestro espíritu para vivir la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Los tiempos han cambiado, manifestó Eligio Tuñón, quien reside en la barriada de Pueblo nuevo de Natá. A sus 88 años recuerda que en su niñez, existía un respeto por lo que era la Semana Santa. En aquellos tiempos la iglesia se quedaba chiquita para la cantidad de gente que venía de todos los lados a escuchar la misa y participar de las festividades; las procesiones se realizaban en completo silencio.
Inclusive, existía ese temor por lo que pudiera ocurrir a partir del mediodía del Jueves Santo; nuestros abuelos nos decían que había que tener mucho cuidado, porque el Diablo, a partir de ese momento andaba suelto, aprovechando para capturar almas. Existían muchas historias de la Semana Santa y nosotros, los que éramos jóvenes, preferíamos quedarnos en casa o estar en la iglesia, lugar en donde nos sentíamos seguros.
Entre los mitos etán algunos que nos cuenta "Liyo" como popularmente se le conoce a este morador: "No se podía ir al río, porque te podías convertir en pescado; no podías subir a los árboles porque soplaba una fuerte brisa que te tiraba al suelo o te convertías en mono; no se podía montear o cazar, porque los animales te hablaban; al monte no podías ir a trabajar, porque algo te pasaba y no podías cortar árboles, porque del tronco salía sangre. Esos cuentos eran muy respetados por ser representativos de una tradición que venía de generación a generación.
Sus padres y abuelos le enseñaron a respetar las tradiciones de la Semana Santa y, el no comer carne, estaba entre las principales.
Dice Liyo que los Viernes Santos era la fecha propicia para curar a los árboles que no querían dar frutos, recuerda que veía a su abuelo pararse a eso de la medianoche del Viernes Santo y picaba un árbol en forma de cruz, le clavaba unos enormes clavos y finalmente le daba una rejera con ramas de calabazo y aunque usted no lo crea a los pocos meses el árbol daba frutos y en abundancia.
"Lastimosamente, todas esas creencias han quedado en el pasado, ahora nadie cree y ni respeta nada, ahora los chiquillos no tienen miedo de nada, en aquellos tiempos no había luz, radio ni televisión y yo creo que esas cosas son las que han hecho que las nuevas generaciones no crean en esas historias", reflexionaba "Liyo" cabizbajo.
Al igual que los cuentos y tradiciones "Liyo" es el único sobreviviente del grupo Los Diablicos Espejos, una de las representaciones de folclore autóctono de esta ciudad, es una lástima que, tras su muerte, se pueda perder esta tradición.
En la misma barriada vive José Dolores Tuñón "Chelole", actualmente tienen 76 años, el recuerda que le pasaron muchas cosas cuando era niño para los tiempos de Semana Santa, recuerda que un Viernes Santo, en horas de la noche, venía de las mineras a pie y cuando pasaba el puente sobre el río Chico escuchó la voz de una mujer gritar. En ese momento se me pusieron los pelos de punta y aceleré el paso, sentía que el grito se escuchaba más cerca, cuando de pronto, en un árbol de mango morado vi a una mujer guindada por los cabellos, sus ojos echaban como fuego, en ese momento cerré los ojos e invoque al Nazareno; cuando volví a abrir los ojos, ya la mujer no estaba.
En una ocasión, Alejo, conocido natariego que vivía en el caserío de Chumungu, venía para las fiestas de Semana Santa de noche, por el paso de Pesé, había un árbol de Zapote, dijo Alejo que, de repente sintió un olor horrible, seguidamente unas vacas que estaban cerca se asustaron y salieron huyendo, cuando de pronto vio a un perro negro que, a medida que se acercaba, se iba haciendo más grande, Alejo aseguró que de los ojos de este perro salía candela, del susto salió en despavorida carrera que no recordaba como llegó al pueblo.
Y así como estas historias hay un sinfín de apariciones de abusiones del Chivato, La Tulivieja, Los Duendes, La Bruja y el Propio Diablo.