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Sentencias inmortales

Por: Fermín Agudo A. | Colaborador

Los hombres han creado leyes naturales nacidas en función de las experiencias culturales, sin códigos que las sancionen, ni regulaciones pertinentes, que han tenido como norma la escuela de la vida, generados al calor de las necesidades puntuales. Ellos, azotan o premian con severidad o benignidad el afán humano en sus quehaceres diarios que tienen como marco de referencias los umbrales del consentimiento.

Me referiré con exclusividad a los que tienen que ver con la boca. En boca cerrada no entra mosca; por la boca muere el pez; has de tu boca la cárcel de tu lengua y no se puede hablar con la boca llena. Sentencias admirables e inmortales que nos dejan atónitos por su actualidad, no obstante haber desafiado el paso lento de los siglos que bien llevados y cumplidos, tornarían el Universo actual en el paraíso redivivo.

La boca es la puerta de entrada del sistema digestivo, inherentes de múltiples funciones a donde concurren las cuerdas vocales que homologando las campanas plañideras o arpas de acordes concomitantes en afinación magistral, lanzarán los arpegios eufónicos que sorprenderán los oídos diestros de un musicólogo avezado. Y es por allí, hacia donde afluyen a raudales todas las ideas hechas fonemas que tienen como origen el cerebro. El aire que proviene de los pulmones en el proceso de espiración es quebrado a voluntad en la garganta para producir la voz, bajo la intervención de las cuerdas vocales que les imprimen lentitud o celeridad a la articulación en base a pequeños repiques llamadas sílabas; parte fundamental del tejido que llamamos habla. Por esta cavidad entra la vida y también es cómplice permitiendo la entrada y salida de la muerte; comiendo lo que al final nos mata y en la exhalación del último suspiro. Es el megáfono del cuerpo, donde el tono actúa de volumen pudiéndose equitativamente de acuerdo a las necesidades del momento. Los que se dedican a parlar con el pueblo por los medios audiovisuales de comunicación, lo deben hacer con mesura; lo chillón, estridente y discordante no puede ser familiar al lenguaje pulido y selectivo. Los gritos, parientes de los alaridos afean la expresión oral; lo dulce y cautivador atrae; los clamores repulsan y estorban el ánimo sereno.



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