Con el lema de "no teman", pronunciado desde el balcón de San Pedro en el Vaticano, el Papa comenzó a poner en orden la casa de Cristo.
Dictó normas e impuso una férrea disciplina contra aquellos -según su criterio- desvirtuaban el mensaje evangélico, como los seguidores de la Teología de Liberación en América Latina, impregnado de marxismo y simpatizantes de la guerrilla.