El viaje era largo, pero placentero; el camino, recto; el vehículo, bueno; y el tiempo, favorable. Hay muchos kilómetros de recorrido entre Michoacán, México, y Santa Ana, California. Pero la familia de Ramón Prado estaba feliz. Iban a Santa Ana para celebrar, con el resto de la familia, el día de la Madre.
A la altura de la ciudad de Oceanside, ya en California, ocurrió lo insólito. Una llanta del microbús estalló, y los cables de acero de la llanta penetraron con fuerza increíble a través del piso de madera del vehículo, arrebatando de las manos de la madre a Ramoncito su hijo. El niñito, de apenas tres años de edad, cayó al pavimento y fue atropellado por dos vehículos, que no pudieron detenerse.
En las carreteras hay toda clase de accidentes. Algunos son muy extraños, pero este sobrepasa a todos. No es raro que un neumático reviente. Lo que es raro es que los cables del neumático salten, se extiendan como serpientes, tengan fuerza como para perforar el piso de tablas del vehículo, y envuelvan la piernecita de un niño de tres años de edad, arrojándolo del vehículo.
"Lo que no ocurre en un año, ocurre en un solo día", dice un refrán. "Las casualidades no tienen hora", dice otro. Lo cierto es que el azar, la incertidumbre, el acaso, dominan la vida humana, y nadie, absolutamente nadie, está exento de un golpe brutal, inesperado, cruel e inevitable.
¿Quién puede prever un terremoto? Nadie, ni los sismólogos más expertos. Y el terremoto no respeta nada: ni casas, ni caminos, ni puentes, ni pequeños, ni grandes, ni malos ni buenos. La verdad es que en este mundo moderno, azaroso y problemático, todos vivimos con la espada de Damocles sobre la cabeza.
La Biblia usa una figura interesante para representar la vida humana. Es el mar. El mar está en perpetuo movimiento. Sus olas oscilan de aquí para allá. Tiene momentos de relativa calma, y luego momentos de furiosa tempestad, y se agita y gira y se revuelve sobre sus pasos, y nunca está totalmente quieto. Esta vida humana es igual: incierta, problemática, frágil, azarosa.
¿Habrá esperanza para el ser humano? Sí la hay. La vida en Cristo es firme e inmutable. Los que tenemos nuestra esperanza puesta en Cristo sabemos que estamos aquí sólo de paso. Este mundo no es nuestro hogar. Caminamos hacia un mundo de luces donde no hay ni llanto ni dolor. El cielo es una realidad para quien Cristo es Señor.
Todos podemos poseer esa esperanza. Cristo nos la da en el momento en que nos rendimos a Él. Entreguémonos a Cristo. Este puede ser nuestro día de paz.