El miedo predispone a las personas a padecer ciertas enfermedades. Enfermedades originadas en la mente, pero que pueden tener consecuencias corporales. Las personas llenas de miedo que contraen una enfermedad, no podrán reaccionar positivamente y pueden verse grandemente afectadas. El miedo es el propagador más activo de las dolencias. Para protegerse de la enfermedad, hay que elevarse por encima de ella.
La enfermedad logra su primera victoria al irrumpir el miedo en usted. Para lograr esa protección y elevación sobre la enfermedad, debe usted pensar que su organismo puede combatir de modo extraordinario la dolencia que se le presente. Para cada fallo, crea el organismo una defensa y un remedio curativo. Lo que hace el médico con su sabiduría y medicamentos es ayudar a que el cuerpo mismo se vaya recuperando. Si el miedo entra en nuestro cuerpo, actúa como un puñado de arena dentro de un reloj; aunque el reloj esté bien, el puñado de arena le impide funcionar correctamente. Hay que acudir al médico para buscar la ayuda adecuada para la recuperación de la salud. No hay que exagerar con visitas obsesivas al doctor. Los médicos aceptan que, a veces, tienen que usar un placebo, es decir, pastillas sin medicamentos, para calmar al paciente.
Hay que destruir el miedo con la fe. Para eso, dése una sacudida interna y decídase a acabar con el miedo, antes que éste acabe con usted. ¡No más miedo! El miedo no le hace ningún bien. Todos los días, usted debe cultivar en su mente pensamientos positivos y expulsar dudas que la causarían perturbaciones; haga este ejercicio diariamente. Trate siempre de tener despejado el espíritu y la mente.
El daño causado por el miedo y por la angustia es tremendo. El temor produce inseguridad en el individuo. Cantidad de estudiantes han fracasado a nivel intelectual, no por no haber estudiado para el examen, sino por el miedo al fracaso. El temor perturba e incapacita. Con miedo, no se puede juzgar de modo equilibrado. Las personas llevan dentro de sí mismas una ansiedad muy grande causada por el miedo al fracaso.
El miedo a la muerte hay que substituirlo por una confianza grande en el más allá, en Dos. La muerte no es un fin, sino una estación en nuestro camino. El Señor nos tiene en sus divinas manos y El sabrá "el día y la hora"... Recuerde que con El podemos vencer, porque ¡Con Dios, somos invencibles!