En un país donde las virtudes yacen en el sepulcro, amortajadas, entre jirones de mantos deshilachados y mugrosos, el hombre de la calle, porta sobre los hombros la pesada carga de malos hábitos y de costumbres detestables, donde el hogar desempeña la peregrina e inútil función del viejo cuadro de paisajes imprecisos, escudado de telaraña en laberintos, próximo a desplomarse del añejo y débil hilo que lo mantiene pendiente del vetusto e indefinible clavo oxidado.
A la verdad le han cubierto el rostro sutilmente con el velo negro de la profanación, desvirtuando sus propósitos, donde el juega vivo, amparado por palidescientes privilegios, tiene curso corriente delegados por criterios existentes. El pueblo sólo puede defender sus derechos con honor y disciplina, pero aupado por la diversión, los juegos y la mascarada de carnaval, sorprendido será, teniendo que volver a la práctica de cocinar los alimentos entre las tres piedras, retornando a los tiempos de la tétrica caverna, negándose él los beneficios complementarios de la presuntuosa civilización, por cuenta propia.
Trato con mis artículos de aniquilar la ignorancia, mostrando el limpio y sencillo camino, pero caigo rendido y vencido, desvanecido, en porfiada pendencia con los eternos molinos de vientos actuales, afincados en la intransigencia, donde los sentidos corporales pierden las funciones extraordinarias. Los retardatarios transitan por los terribles vericuetos de la vida sin etiqueta de presentación, orgullosos de hacer gala de sus facultades enclenques, ayunas de desarrollo y esfuerzo mental, dormitados sin experiencias de los peligros que guarda el océano devorador. Si no logramos renovar las fuerzas, para las etapas sucesivas del peregrinaje, estaremos privados, para parar y pasar revista del torturador trayecto recorrido, en completa incapacidad para inyectar sacrificios, faltos de destrezas indagatorias del pasado y el presente, nulos de poder sopesar el fruto de nuestro esfuerzo. Conociendo con precisión el pasado, podemos ser dueños indiscutibles de nuestro futuro. Perdido ya el timón y la burla con tripulación sin pensamientos, las fauces implacables del mar se abrirán en espera de las víctimas voluntarias.