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Por: Alfonzo Zamora | Periodista

Este año la Asamblea Nacional de Diputados cumple su primer siglo de existencia. Este centenario legislativo debe servirnos como marco para reflexionar sobre los que hemos sido, somos y lo que deberemos ser en un mundo muy diferente al que vio surgir a esta ilustre cámara.

Cuando se creó nuestro parlamento en 1906, era este organismo la representación más amplia de democracia en nuestra incipiente vida republicana y con el desarrollo político del país se ha consolidado esta percepción, a pesar de las falencias y las circunstancias desfavorables.

El ya desvanecido siglo veinte vio nacer tres constituciones políticas, cuya incidencia en la vida de todos los ciudadanos ha sido indiscutible y en particular en la de este órgano del Estado, representativo de la corriente democrática que ha permitido el desarrollo de la civilidad.

Como toda nación en crecimiento, Panamá ha transitado por senderos agrietados, erizado de obstáculos que, inclusive, han culminado su recorrido con el cierre de esta institución, tal como ocurrió en 1968 tras el golpe de Estado.

Después de ese acontecimiento se promulga la Constitución del año 1972, que si bien surge de un gobierno de hecho para materializar su legalidad, prefiguró el regreso paulatino a las actuales condiciones democráticas.

Este nuevo cuerpo legislativo, llamado en sus inicios Poder Popular, contribuyó en el año 1983 con las reformas a la Constitución y con el perfeccionamiento del sistema, hasta arribar a nuestra organización actual de diputados.

El órgano legislativo delineado en 1972 fue conformado por representaciones provinciales, luego de corregimientos, para transformarse en una instancia mixta de los anteriores y por último llegar hasta los actuales circuitos electorales reafirmando su carácter nacional.

Es importante destacar que el actual presidente de la Asamblea de Diputados, Elías Castillo, fue quien firmó la Constitución de 1972 y presidió este organismo en ese entonces, integrado por los representantes de corregimiento.

Pero, más allá de estos recuentos históricos, lo que impera ahora es el debate sobre nuestro futuro como nación. No puede ignorarse la dirección hacia donde se encamina el mundo, las integraciones regionales, los acuerdos internacionales y en nuestro territorio ístmico, el Parlamento Centroamericano, que tal vez represente algún día el fin de las asambleas nacionales en un mundo de unificaciones.



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