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Maldita palabra

Por: Fermín Agudo A. | Colaborador

Vive un término de nuestro idioma que encierra todo el malestar que provoca la amargura de la deshonra en la tierra, traición, cuyo máximo exponente y representante, aún huye despavorido después de varias centurias luego de haber vendido la legitimidad del hombre justo. El peso de sus carnes no pueden con el peso de su conciencia desquiciada; es por ello, que para él la inseguridad encierra el tormento de su vida. ¡Ah palabra!, que durante los siglos ha sido la carcelera infranqueable de la acrisolada honestidad.

Por ella el puro ha sufrido los escarnios y sufrimientos de su alma inmaculada. Y los rufianes han abierto el compás de la infamia en abierto desafío con la honra puritana y, en estrépito alocado han jugado sin misericordia y perfidia con el dolor que es engendrado en lo íntimo de nuestro noble y movible corazón.

Y esta palabra abstracta se convierte en martirio, en acción tangible, yéndose a concretar en el fondo de la discordia, por ella, los brazos inicuos lanzaron sin cesar piedras, lapidando la esencia corporal de Esteban; Catón fue desterrado brutalmente del Foro, como desdén a su verbo sustantivo y brillante que le proporcionó al decoro luminosidad fastuosa, invadida de elegancia imponente e inconfundible. Y por esta palabra despreciable y también menospreciable, Juana de Arco fue abrasada en las crepitantes llamas, sufriendo los rigores de la hoguera, como costo fiel a su bizarría e hidalguía. La historia nos detalla muchos sucesos donde la rectitud ha caído doblegada de manera obsecuente, diezmada y castigada por la ingratitud injuriosa.

Aquella época de esos héroes se repite hoy, mostrándonos el episodio manclenco y cansino donde es ajusticiada la verdad. Hoy la castidad cae destronada por la difamación, la escala de los detractores está colmada de hechos delictuosos que pugnan en frecuentes tentaciones con lo indeclinable, que se mantiene incólume. Muchos deambulamos por los estrechos y solitarios senderos de la patria, bajo los cánones de un destierro voluntario, sin vocablos altisonantes para expresarnos, venidos a este mundo del error, luciéndolos los harapos de nuestra propia miseria.



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