El proceso de crecimiento de un ser humano como profesional, como padre, como amigo y en cualquier faceta, involucra algún momento en el que debemos sentarnos a reflexionar sobre cómo nos hemos comportado, evaluando los pros y los contras de nuestro proceder.
Lo que sigue luego de esta reflexión, es una decisión: o seguimos haciendo lo que hacemos, o cambiamos. Esto se llama autoevaluación.
Sólo aquellos que están dispuestos a la autocrítica pueden realizar este ejercicio, esos que humildemente aceptan que son hombres y mujeres de carne y hueso que pueden equivocarse.
Quienes se hacen autocríticas regularmente, son gente que evoluciona, que mejora, que crece, que sube a un nivel superior.
Por el contrario, esos testarudos que siempre creen que tienen la razón y pelean por sus puntos de vista, aunque dentro de sí sepan que están equivocados, se quedarán siempre en el mismo lugar intelectual y espiritual de siempre.
La intransigencia, la falta de humildad y el rechazo a la autocrítica, a la larga, nos convierte en personas amargadas, que peleamos con todo el mundo, porque no tenemos paz con nosotros mismos.
Por ahí en casa esquina nos encontramos con gente que no se toma el menor esfuerzo por tan siquiera leer un libro, o al menos el periódico, pero que piensan ser expertos en todos los temas.
Piensan que lo saben todo, y por eso, critican al resto de la humanidad. Pero, �mirarse al espejo y ver qué han hecho ellos por los demás y por sí mismos? �Que vá! Ellos son perfectos, y cada vez que discutan con los demás, los demás estarán equivocados.