Los lujosos anteojos oscuros me "miraban"... y me revolvieron la conciencia.Era medio día del martes veintinueve de enero pasado. Estaba en uno de los servicios públicos del aeropuerto Arturo Merino, en Chile, donde pasamos una semana de vacaciones.
La persona que olvidó los espejuelos los había colocado sobre el servicio, como mirando hacia la puerta. Yo sentí que me miraban a mí...
Recordé que dos días antes en el teleférico del Cerro San Cristóbal, mi esposa perdió unos anteojos oscuros que le regalé para Navidad. No los "había comprado a los buhoneros", le señalé. Ella sufrió la pérdida por ser un regalo navideño.
Ahora me encontraba frente a mi conciencia, mis valores y las enseñanzas recibidas de mis padres hace más de cincuenta años.
Pensé en una vieja ley de los piratas del Caribe, que señala que los "objetos perdidos son de quien los encuentra". Así que podía tomar esos anteojos.
Pero otros pensamientos me lo impedían. ¿Y si estoy en una cámara escondida?, ¡tremendo ridículo que haría!
Lo más contundente era pensar que otra persona tarde o temprano se daría cuenta de la pérdida y sufriría por ella.
Añada a esto las palabras de mi padre, quien me recalcaba cuando niño que "no tome nada que no sea suyo".
Allí continuaban los anteojos oscuros mirándome en silencio. Había terminado de "hacer aguas", pero no me iba del baño. Ellos eran los ojos de mi conciencia...
Otro de los pensamientos que llegaban a mi mente en ese instante, también era de mi padre. Me decía "no hay nada mejor que conseguir cosas compradas con el sudor de tu frente".
Claro que al regresar a Panamá podía conseguir otros anteojos para mi esposa. Así que no necesitaba tomar esos que estaban perdidos.
Supe que tenía que escribir sobre este acontecimiento, para resaltar en mis lectores lo bueno de tener valores. Lo positivo que es lograr cosas por uno mismo, por su trabajo.
Mi mente comprendió que en muchos niños panameños está faltando en estos momentos esos valores. Por eso han aumentado los robos y "pérdidas" en escuelas y colegios.
Antes los padres revisaban lo que traían sus hijos. Si encontraban un lápiz ajeno, ordenaban que lo devolvieran...
Decidí dejar los espejuelos. Al salir, en la puerta había un extranjero diciendo que dejó sus anteojos en el baño.
Le indiqué que estaban allí adentro. Me sonreí y confieso que me sentí contento conmigo mismo.